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«No nos importaría que fuera un Consulado volante, es decir, que no tuviera una residencia fija, pero que el personal se trasladara aquí periódicamente para atender las necesidades de la zona», asegura Villalba. Unas necesidades que van en aumento día a día debido a la gran cantidad de ciudadanos rumanos que llegan a Asturias, especialmente, desde que su país pasó a formar parte de la Unión Europea el 1 de enero de 2007. Desde entonces, este grupo ha visto multiplicar por cuatro su presencia en los barrios gijoneses y, por primera vez en la historia, se ha convertido en el más numeroso de todos los colectivos de inmigrantes que hay en la ciudad, por encima incluso de los ecuatorianos, que tradicionalmente habían liderado este ranking de extranjeros con residencia y trabajo en Gijón. Y eso sin contabilizar a los cientos de rumanos que no están empadronados y cuya realidad está oculta porque no aparecen en registros oficiales. «Podemos estar hablando de que dos mil rumanos trabajan a día de hoy en Gijón», asegura Villalba.

Pero a pesar de su recién estrenada categoría de ciudadanos europeos, que los rumanos obtuvieron a la vez que los búlgaros, estos miembros de la Unión aún no cuentan con las mismas ventajas que el resto de naciones que integran el grupo de los Veintisiete. Tanto Rumanía como Bulgaria vieron restringidos sus derechos de libre circulación por el territorio europeo por dos años, es decir, hasta el 31 de diciembre del presente año. Esto obliga a los ciudadanos procedentes de este país a contar con un permiso de residencia o una oferta de empleo para regularizar su situación sin correr ningún riesgo de tipo legal. «Por fortuna, esto se acabará en unos meses», afirma Daniela Cirtina.

Cirtina llegó a Gijón en agosto de 2006 y, al contrario que la mayoría de sus paisanos, lo hizo sin pasar por otras zonas de España, directamente desde Tirgu-Jiu, su ciudad natal, de unos cien mil habitantes y al sur de su país. «Vine a Gijón porque una amiga de mi país vivía aquí y me dijo que era un buen sitio para empezar una nueva vida». Durante los primeros meses, se dedicó al cuidado de un matrimonio de ancianos que vivían en un piso de la avenida Hermanos Felgueroso. «Ganaba bastante dinero, mucho más que los ciento veinte euros que me daban en mi país por mi anterior trabajo», asegura. Poco después, comenzó a trabajar como interna en varios domicilios gijoneses. «Fue entonces cuando conocí a Juan (Villalba)». Ahora, ha dado de alta una empresa en el epígrafe de limpieza de la Seguridad Social. La ha llamado Dana y tiene su sede en la calle Eleuterio Quintanilla, número 80. «Quiero empezar a contratar a chicas rumanas para limpiar; y me gusta que sean de mi país porque son muy trabajadoras», dice.

También a ella le duele «la mala fama que nos hemos ganado los rumanos por culpa de una minoría». Y teme que a su hijo, Flavius, lo puedan catalogar «como un delincuente», simplemente por su nacionalidad.

Flavius llegó a Gijón hace dos meses, aunque ya habla español con cierta fluidez. Con 17 años, está matriculado en 4.º de la ESO en el IES Jovellanos, aunque recibe clases de inmersión lingüística en el IES Calderón de la Barca. Asegura estar ilusionado con su nueva vida en España, aunque de vez en cuando su país se le viene a la memoria. «Quiero prepararme para ser algo aquí», dice.

Por eso, también se deja caer, de vez en cuando, por la cafetería Mirela. «Aquí se reúnen muchos rumanos y aquí muchos encuentran trabajo, es como un centro para relacionarnos», asegura Cirtina. Es el caso de Mihai Busuioc, propietario de la empresa de construcción Mija, con sede en el polígono de Mora Garay, y que da empleo directo a cinco trabajadores e indirecto a otros siete, todos ellos rumanos y búlgaros. Como casi todos los jueves, Busuioc aprovecha el descanso de medio día para tomar un café con su sobrino y empleado, Neculai Melconeanu. Los dos son oriundos de Satu Mare, una pequeña villa rumana a diez kilómetros de la frontera con Hungría. Busuioc llegó a España en el año 2000 y, tras pasar varios años entre Madrid y Tarifa, se trasladó a Gijón con su familia en 2004. Vive en Pumarín, donde su esposa regenta un locutorio en la calle La Mancha y asegura que Asturias le encanta, «porque me recuerda a mi país».

«Es verdad que hay rumanos que cometen delitos, pero son una minoría y, además, son gente que ya era conflictiva en Rumanía», afirma. Lo cierto es que a ningún miembro de la comunidad rumana se le escapa que con cierta asiduidad, alguno de sus compatriotas protagoniza las páginas de «Sucesos» de los periódicos. Desde pequeños hurtos a redes de prostitución organizadas o casos de violencia, son muchas las noticias que reflejan delitos cometidos por personas de esta nacionalidad. Un hecho cuyas causas coincide en apuntar la inmensa mayoría de los miembros de la comunidad rumana de Gijón. «Son de etnias minoritarias», dicen una y otra vez.

Aunque no existen datos demasiado fiables al respecto, la ONG Accem publicó hace un par de años un informe que alertaba sobre el importante crecimiento de la mendicidad por parte de rumanos de etnia gitana. Un informe que ha quedado ya obsoleto debido al crecimiento exponencial de esta comunidad en los últimos años. Y un informe que no ocultaba otros datos preocupantes como la delgada línea que limita esa mendicidad con la delincuencia.

«Es gente que no se integra en la sociedad ni en Rumanía ni en España», afirma Florin Nicolae Goia, sacerdote de la iglesia ortodoxa rumana. Goia llegó a Gijón hace poco más de un año enviado por su jerarquía eclesial para cubrir el vacío espiritual de la amplia comunidad rumana. Se encarga de todos los feligreses asturianos y es uno de los treinta y cinco sacerdotes que la Iglesia ortodoxa rumana ha enviado a España. «Tenemos la metropolía para Europa occidental y meridional en París y luego estamos repartidos por varios países», asegura. Casado y con dos hijos, tal y como permite su religión siempre y cuando el matrimonio se haya contraído antes de recibir el sacerdocio, Goia trabajó durante seis meses en la construcción tras su llegada a Asturias. «Ahora, como tengo mucho trabajo, vivo de las ayudas de los fieles». Asegura tener contacto con más de seiscientas familias rumanas instaladas en Asturias y está muy agradecido a la ayuda que la Iglesia católica le prestó desde el primer momento. «En nuestra parroquia, que se llama San Antonio El Grande, damos culto en un local que nos dejó la parroquia de San Lorenzo, aunque ya se nos ha quedado pequeño y por eso, a veces, nos dejan también la iglesia». Además, ha participado en la celebración conjunta de varios ritos con sacerdotes católicos.

El peso de los rumanos en España, donde son ya casi dos millones, se dejará ver una vez más el próximo día 25 de mayo en Alcalá de Henares, cuando se nombre al primer obispo de la Iglesia ortodoxa rumana para España y Portugal. «Ésa es la verdadera comunidad rumana, la que trabaja, se reúne con sus amigos, hace vida en comunidad», afirma Villalba. Una comunidad que no ha parado de crecer durante los últimos años y que ha encontrado un sitio entre los españoles en busca, según el propio Villalba, «de una vida mejor que en su país no podían tener».

Ceremonia ortodoxa en la parroquia de San Lorenzo

La Iglesia ortodoxa rumana se estableció en Asturias hace algo más de un año tras la llegada de Florin Nicolae Goia como párroco de San Antonio el Grande. Esta parroquia, que acoge a todos los fieles asturianos, tiene un local cerca de la iglesia de San Lorenzo y se ha convertido en uno de los focos más activos de la floreciente comunidad de esta nacionalidad que existe en Gijón. La Iglesia ortodoxa rumana tiene una treintena más de parroquias repartidas por toda la geografía española para atender las necesidades espirituales de sus fieles. Por eso, son frecuentes las misas celebradas por varios sacerdotes, como la que se ve a la derecha , en la que Goia aparece el primero por la izquierda dentro del local de su parroquia en Gijón. Las buenas relaciones con la Iglesia católica quedaron patentes en una reciente reunión entre el propio Goia y el arzobispo de Oviedo, Carlos Osoro.