Eloy MÉNDEZ

Es casi la una de la tarde en la cafetería Miréla y la barra se llena de clientes que acaban de salir de sus puestos de trabajo. La televisión del local, situada justo encima de la puerta, emite el informativo del canal público rumano. Tras la barra, Miréla Jurca atiende en perfecto español a alguno de los fijos. Hace un año que decidió abrir su negocio, en la avenida de Avelino González Mallada, número 20, en pleno barrio de El Coto. Antes había trabajado en la hostelería, en locales de Cudillero y Pravia. Fue después de que decidiera hacer la maleta y abandonar Deva, su ciudad natal, situada al norte de Bucarest. Ahora forma parte de los 1.567 rumanos empadronados en Gijón a fecha de 31 de diciembre de 2007. El número total de ciudadanos procedentes de este país que viven en la ciudad es muy superior e imposible de calcular con exactitud.

Jurca lleva varios días «muy enfadada». La publicación en los periódicos de una noticia que informaba sobre un cartel xenófobo colocado contra sus compatriotas en una tienda de informática de Mallorca le ha «llenado de tristeza». El responsable de ese anuncio argumentó que sus insultos hacia este colectivo estaban motivados por el robo de varios ordenadores a cargo de un par de rumanos. «No somos todos iguales, estoy cansada de que por unos pocos se nos juzgue a todos igual», afirma Jurca. Y hace una distinción: «No son lo mismo los rumanos de minorías étnicas que el resto, que venimos aquí a ganarnos la vida de forma legal y sin hacer daño a nadie», dice.

La afirmación de Jurca no es, ni mucho menos, gratuita. La mayoría de los rumanos que viven en Gijón han encontrado un trabajo y se han integrado en la sociedad perfectamente. Por eso no entienden que algunas veces tengan que pagar por las acciones de «otras personas que, en la mayoría de los casos, vienen aquí a delinquir, porque ya lo hacían en Rumanía». En este sentido, y aunque ella misma reconoce que su afirmación puede parecer racista, quiere aclarar que «no es lo mismo un rumano gitano que uno que no lo es».

Precisamente la gran cantidad de inmigrantes procedentes de Rumanía y que se han adaptado al modus vivendi de los gijoneses motivó que, hace algo más de un año, Juan Enrique Villalba decidiera fundar la Asociación de Amistad Hispano-Rumana Europa 2007, primera de estas características que existe en Asturias. Villalba, funcionario de baja desde hace cinco años, es el compañero sentimental de Daniela Cirtina, una rumana que lleva año y medio en España. «Tenemos que convencer a toda esta gente de que es muy importante el movimiento asociativo para que puedan defender sus derechos», asegura. Desde que puso en marcha esta iniciativa ha conseguido reunir ya a cincuenta inmigrantes rumanos. «De momento, son pocos, pero todavía estamos pendientes de presentar oficialmente la asociación y ponerla a rodar de verdad», asegura.

La intención de Villalba es dejar la presidencia en manos de su actual compañera, una vez que finalice «esta primera etapa». La asociación se dio de alta en el Ministerio del Interior en marzo de 2007 y ya ha tomado las primeras decisiones, con el objetivo de mejorar la situación en Asturias de los rumanos. «Trabajamos conjuntamente con otras asociaciones de Santiago de Compostela, Santander y el País Vasco para estudiar qué podemos hacer por los inmigrantes que viven en el norte de España», asegura Villalba. Desde la asociación se ha puesto en marcha una campaña de recogida de firmas para establecer en el Norte un consulado a través del cual los interesados puedan realizar los trámites pertinentes para regularizar su situación «sin tener que ir a Madrid».

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