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-¿Recuerda cuál ha sido el papel de su vida?

-Quizá el de un sargento en «Campos de Marte», de Etelvino Vázquez.

-¿Se ganaba dinero para salir adelante?

-El teatro es como un camión; si éste se mueve mucho, los beneficios son generosos. Yo he trabajado muy duramente así que pude vivir bien, al mismo tiempo que disfrutaba. En el fondo éramos todos unos bohemios.

-Del teatro a la hostelería, ¿qué le hizo dar un cambio tan radical?

-Teníamos un importante patrimonio en Gijón: la casa de la familia, en Cabueñes, la denominada «Quinta del Infanzón», que estaba muy deteriorada. Había que hacer algo con ella y, reunidos los hermanos, decidimos poner la finca a trabajar, abriéndola al público.

-No parece una tarea sencilla, careciendo de experiencia...

-No lo fue en absoluto. Pasamos cinco años dedicados a preparar el proyecto, a conseguir apoyos, financiaciones, aprendiendo, haciendo cálculos de todo tipo. Al final nos asociamos con Manolo Robledo, un hombre genial para estos asuntos, casado con una prima de mi madre, Rosario Wigins, hija de la marquesa de Muros.

-¿La finca desde cuándo pertenece a la familia?

-Cincuenta generaciones atrás, que se traducen en unos 600 años. El primer dueño documentado fue don Pedro Piñueli el Viejo. Se da la circunstancia que siempre fue pasando por mayorazgos, como garantía de conservación del apellido. Y llegó a la familia Vereterra a través de don Miguel Infanzón, párroco de Deva, que hubo de dejarla en herencia a una sobrina casada con el primer Vereterra, aunque la casa de Vereterra está en Valdesoto. Hay unas cartas fechadas de 1758 en las que Miguel Infanzón fustiga a los mozos de Deva contra los de Caldones.

-¿A partir de ahí nunca se ha desvinculado del apellido Vereterra?

-No, pero al llegar a manos del marqués de Gastañaga, Vereterra por matrimonio, se rompió el mayorazgo. El marqués tenía tantas posesiones que al considerar poco importante el predio gijonés se lo cedió al hijo pequeño, Felipe Vereterra y Carreño. Éste fue quien hizo, a principios del siglo XIX, la última reforma de la casa. En 1852 se puso agua corriente y luz; hay una placa que lo recuerda.

-Por cierto, ¿qué vínculo tienen los Vereterra con la familia Franco?

-El mismo de usted con su tía menganita. Carmen Polo era prima hermana de mi abuelo Claudio Vereterra y Polo, que fue alcalde de Gijón, pero esta generación no la ha conocido.

-¿Qué superficie tiene la finca?

-Diez hectáreas, o sea, 100.000 metros cuadrados, y la mayor parte son públicos. Se conserva la cuadra de caballos y enganchamos uno para las bodas.

-Al hablar de bodas, ¿cómo van las previsiones para 2008?

-Muy bien. Sólo queda libre algún viernes; los sábados, imposible. Pero me alegro que esté volviendo la moda de hacer las bodas en domingo; son muy elegantes. Además son fiestas que tienen un final natural y no se eternizan.

-Así que la inversión...

-Abrimos el negocio en diciembre de 2002, y, en efecto, la inversión fue enorme, así que todavía anda por ahí y lo que andará. Poco antes de inaugurarlo, una empresa de Madrid dedicada a los casinos nos puso sobre la mesa un cheque en blanco, pero... Nuestro objetivo era defender la propiedad, mantenerla entera sin especular con ella. Pero el trabajo ha ido muy bien y prueba de ello es que somos una referencia en Gijón. Creo que la Quinta del Ynfanzón es un lujo para la ciudad ya que forma parte de su cinturón de calidad. Lo primero que se abrió al público fue el restaurante, al ser la herramienta que nos permite ir recuperando la inversión. Posteriormente, se rehabilitó la casa de la abuela, convirtiéndola en hotel, al que consideramos como un complemento de la oferta, ya que sólo tiene cinco habitaciones, y la rentabilidad interesante de un hotel se consigue a partir de 20 habitaciones. Hemos respetado la antigua distribución de 1852, con su capilla, la escalera de piedra y madera, los techos altos, el suelo que cruje, los muebles antiguos... Pero, en mi criterio, el mejor hotel de Gijón, sin comparación posible, es la Quinta de Duro, con una casa y una finca fantásticas.

-La cocina siempre es el problema mayor, ¿cómo lo han resuelto?

-Con un equipo de cuatro cocineros y tres ayudantes, ofrecemos cocina clásica y moderna. Aunque hay áreas de trabajo perfectamente delimitadas, yo soy el responsable último de todo.

-¿Cómo situaría sus precios?

-En una línea muy aceptable, tanto en carta como en terraza y bodas, ya que conozco los precios de la competencia. En las bodas aceptamos un máximo de 300 comensales, que son las menos; las normales se mueven entre 120 y 160 personas.

-Hay que ver cómo ha cambiado la sociedad... Antes, los terratenientes empleaban la vida en la caza, el caballo, el tiro de pichón, el tenis hierba...

-Ahora resistimos jornadas de trabajo de 18 horas y noches de cuatro. El puente de mayo apenas pude dormir doce horas en los cuatro días. En el siglo XVI ciertas familias generaron bienes, y aún en el XIX se vivía holgadamente, pero llegó el XX y se gastaron los patrimonios, así que en el XXI nos toca currar como negros; ésta es una sociedad en la que todos hemos de tirar del carro.

-Quién le iba a decir...

-Que iba a acabar de chigrero... Pero estoy contento, mi trabajo es procurar que la gente lo pase bien, que sea feliz. Por cierto, nosotros servimos la mejor sidra de Asturias y del mundo, La Mangada, procedente de un llagar de Cabueñes que sólo la saca al mercado cuando está madura.