Como en todo Gijón, por esta parroquia se vive la esperanza de que suba el Sporting; los días de fútbol, cientos de jóvenes lucen camisetas rojiblancas camino del «santuario» del Molinón. Dentro de poco llega la Eurocopa, aunque los hinchas hispanos, habituados a fracasos de la selección nacional, no albergan grandes esperanzas: sus ídolos pertenecen a otras selecciones. Desde el mundo del fútbol inicio mi reflexión semanal.

Un hombre íntegro

Era una final en la Argentina. Jugaban Millonarios y Santa Fe, iban cero a cero cuando Devanni cayó derribado en el área y el árbitro pitó penalti; pero él se acercó al árbitro para explicarle que tropezó. El árbitro, tembloroso le señaló el estadio, esas miles y miles de cabezas rugientes y le dijo: «¿Tú crees que ahora puedo anular el penalti?».

Devanni pidió tirar el penalti, se puso frente al portero y eligió su ruina: golpeó la pelota, intencionadamente, muy lejos de la portería. Admirable. Arruinó su carrera pero se le abrieron anchas las puertas de la gloria. Hay mucha gente que hace lo que cree que debe hacer y no lo que le conviene. La conciencia es un músculo que se usa poco, pero existe.

Otro, menos íntegro

El presidente del Milán lo es también del Gobierno de Italia. Entre sus aliados para gobernar están los neofascistas, y eso se nota. El Gobierno de Silvio Berlusconi decreta penas que van de los seis meses a los cuatro años de cárcel para los inmigrantes sin papeles. La consideración de la inmigración clandestina como delito ya figuraba en una ley promulgada durante el anterior mandato de Berlusconi, que fue declarada parcialmente inconstitucional.

La inclusión de este delito está considerada como un triunfo del ministro del Interior, Roberto Maroni, de la Liga Norte, partido secesionista que siempre ha sido favorable a la persecución de inmigrantes.

Miembros de la Iglesia se manifiestan en contra; así lo ha hecho el cardenal Martino, presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz, que ha dicho que es un «error» y que no se puede acusar a los inmigrantes de todo lo malo. Hay también otros organismos contrarios a la introducción de la ley, como Cáritas.

Las iglesias protestantes italianas también protestan. Según los baptistas, es una «monstruosidad», y según los luteranos, esa ley puede instigar a los jóvenes al odio.

Otras medidas gubernamentales implican que quien alquile una casa a un ilegal puede ser condenado a una pena que va de tres a seis años y multas de entre 100 y 150.000 euros.

Otro punto polémico es el de los asentamientos gitanos, especialmente después de que recientemente fueran quemados cinco en la provincia de Nápoles, obligando a evacuar a sus moradores. Maroni ha dicho que serán desmantelados todos los asentamientos ilegales y que se crearán estructuras dignas y seguras.

Y en España ¿qué?

¿Somos racistas? Viendo nuestro fútbol, parece que no, las estrellas de nuestros grandes equipos son mayoritariamente extranjeros, y bastantes de color, se les pagan cifras que asustan y se los adora como a dioses (ídolos). Claro que cuando no son del equipo de nuestros amores, se les insulta y se oyen gritos de ku-kus-klan y se les identifica con el mundo de los simios.

A los que vienen a trabajar, huyendo de la muerte por miseria, se les explota e incluso se les (las) prostituye.

Bastante más que los futbolistas extranjeros nos enriquecen los trabajadores extranjeros, en lo moral y en lo económico, pero desgraciadamente también aquí la conciencia es un músculo que se usa poco.

José María Díaz Bardales es párroco de Fátima, en La Calzada