Eloy MÉNDEZ

Siempre fue un sacerdote independiente, vinculado a los movimientos sociales y alejado, en muchas ocasiones, de los postulados que defendía la jerarquía eclesiástica. José Manuel Bárcena falleció ayer a los 78 años en el Hospital de Cabueñes tras una grave enfermedad que le había obligado a ingresar en el centro hospitalario gijonés hace una semana. Ex vicario de la parroquia de San Pedro en la época de la transición, es recordado por varias generaciones de alumnos de los institutos Jovellanos y la Universidad Laboral, donde impartió clases de Religión hasta su jubilación hace trece años. Además, destacó por su compromiso con movimientos sociales y políticos vinculados a la defensa de los más necesitados. Fundador del Comité de Ayuda a la Revolución Sandinista en Nicaragua, actualmente era secretario de la Asociación «Gaspar García Laviana», primera creada en la ciudad para apoyar el desarrollo en países necesitados.

José Manuel Bárcena llegó a Gijón hace casi cuatro décadas tras haber dirigido varias parroquias en Carreño. Nacido en La Pontiga, en el concejo de Piloña en 1930, siempre se caracterizó por ser un hombre cultivado y dedicado en cuerpo y alma a la defensa de los intereses de los más desfavorecidos. Desde el apoyo a la lucha de los trabajadores de los astilleros hasta la oposición al bloqueo estadounidense a Cuba, Bárcena siempre se destacó por su compromiso con las luchas de carácter sindical y político, muchas veces cercanas a lo revolucionario. Era hermano del sindicalista del transporte Alejandro Bárcena, ya fallecido.

«Era un hombre de izquierdas, con una personalidad muy fuerte y que no tuvo el favor de la jerarquía de la Iglesia nunca», afirmó ayer Lidia Fernández, presidenta de la Asociación «Gaspar García Laviana», de la que el sacerdote fallecido era secretario y cofundador. Precisamente, la creación del Comité de Ayuda a Nicaragua, junto a Paco del Teso, durante la revolución sandinista, le marcó ideológicamente. A finales de los años ochenta pondrá en marcha la Asociación «García Laviana», que sufre un parón años después, pero que recobra vida gracias al empuje de Bárcena. «Era el auténtico motor de la asociación», dice Fernández. A través de esta organización gestionó el envío de ayuda a Nicaragua y, actualmente, trabajaba en un proyecto que esperaba presentar ante el Ayuntamiento de Gijón para mandar al país centroamericano más fondos que garantizasen una considerable inversión en beneficio de diversos barrios. Este trabajo le valió el reconocimiento ayer incluso del presidente nicaragüense, Daniel Ortega, que hizo llegar al tanatorio de Gijón un ramo de flores en señal de agradecimiento.

«Era una persona que siempre se interesó por los problemas de la gente», afirmó Juan Manuel Martínez Morala, secretario general del sindicato Corriente Sindical de Izquierdas (CSI) en Gijón. En similares términos se expresó el que fuera párroco de San José José Luis Martínez, para quien el difunto fue «un hombre que siempre fue por libre y, ante todo, un intelectual». Por eso, lamentó la pérdida de una persona que «siempre quiso ser un apóstol de los marginados y que, muchas veces, no fue reconocido a pesar de su gran labor». Fue ese rasgo de figura independiente la que le valió ser «un incomprendido». Bárcena era íntimo amigo del jesuita José María Díez Alegría, a quien acompañó a recibir el premio «Asturiano del mes» de LA NUEVA ESPAÑA. Con Bárcena se va uno de los referentes de la Iglesia obrera en Gijón y un destacado defensor de lo que a él le gustaba denominar «causas que merecen la pena».

José Manuel Bárcena era un intelectual que siempre anduvo por libre. Apóstol de los marginados, persiguió durante toda su vida la justicia y, a pesar de ello, muchas veces no fue reconocido por ello. Independiente de los pies a la cabeza, llegó a Gijón después de haber pasado varios años como responsable de varias parroquias del concejo de Carreño. En esta ciudad dejó huella gracias a su carácter erudito y a su magnífica sensatez, de la que siempre hizo gala. Para la posteridad queda su gran archivo cultural, repleto de testimonios, libros y otros documentos que dan fe de su impronta de sacerdote interesado por todo aquello que tiene que ver con lo humano.

Si por algo destacó su vida y obra fue por estar siempre situado a la vanguardia de los movimientos sociales. No le tembló el pulso a la hora de abanderar la defensa de los derechos de los trabajadores del Naval ni tampoco tuvo problemas al oponerse al bloqueo económico contra Cuba. También destacó por su lucha a favor de la revolución sandinista en Nicaragua.

De tanto ver mundo, aprendió mucho y todo, o casi todo, se lo enseñó a sus alumnos de la Universidad Laboral y del Instituto Jovellanos, donde impartió clases de Religión durante varios años. También tuvo la oportunidad de transmitir sus conocimientos acerca de otra de las ramas que más le apasionaban: la filosofía. Fue el responsable de la asignatura en el Seminario de Oviedo durante varias décadas, tras ocupar el puesto de coadjutor en la parroquia de San Pedro, en plena época de la transición. Con él se va una gran persona, profundamente inteligente y, ante todo, un ser humano independiente.