M. SUÁREZ

Tras la calle de Mariano Pola, entre la iglesia y la Travesía del Mar, vecinos como Olga Clemente y Juan Colón Álvarez le recuerdan al Gijón del siglo XXI que hay muchas penurias y sacrificios en sus cimientos. Este matrimonio reside en la ciudadela de El Natahoyo, un grupo de viviendas obreras con más de un siglo en las paredes, de las pocas que han sobrevivido al urbanismo moderno. Como «parte de la memoria histórica de la ciudad», Izquierda Republicana ha propuesto su inclusión en el nuevo catálogo urbanístico que tramita el Ayuntamiento.

La suya es una de las 158 alegaciones que ha recibido el documento, que entiende la catalogación de la llamada vivienda obrera como «protección de aquellos elementos singulares por su rareza o como expresión de la memoria histórica de la ciudad, incluyendo sus barrios y su pasado industrial». Sería el caso. Si no fuera, según dicen los vecinos de El Natahoyo, porque «en toda esta zona hay previsto un plan especial de reforma integral». O lo que es lo mismo: un plan para construir bloques de pisos.

A la Asociación de Vecinos «Atalía» le gustaría que prosperase el recurso de Izquierda Republicana. Sería una forma de que la zona levantase cabeza reafirmando sus raíces obreras. La de El Natahoyo es de las pocas ciudadelas que quedan en Gijón, porque la de Capua -incluida en el catálogo urbanístico- se ha convertido en espacio museístico. «A ver qué pasa con nosotros. Llevamos tantos años oyendo que lo van a tirar...», suspira Olga Clemente. «De aquí saldremos con los pies por delante», asegura su marido.

La ciudadela de El Natahoyo resiste el paso del tiempo con más pena que gloria. La mayoría de las casas se encuentran en estado de ruina y sus vecinos no llegan a la media docena. Olga -81 años, ama de casa- y Juan Colón -86 años, panadero jubilado- viven en la calle Coroña. Ella nació unos metros más allá de la casa que ocupan en alquiler y que cuidan como si fuera suya. Él, que llegó a Gijón desde Lastres cuando la guerra civil, se instaló en 1949. «Nos da pena ver esto tan abandonado», coinciden.

La ciudadela no tuvo agua potable hasta el 58, Algunos de los edificios todavía conservan sus retretes exteriores. «Mejoramos, porque Granda (por el ex concejal y ex director de Deportes) nos urbanizó esto y trajo el saneamiento», cuentan, «pero nada comparado con los cambios que hubo alrededor nuestro». Aun así, Olga y Juan se conforman con lo que tienen y siguen con ánimo de cultivar rosas en un patio que mira hacia el Tallerón.

Unos metros más allá, en un callejón de la calle Atanasio Menéndez donde abundan las plantas bien cuidadas, vive Julia Herrero. Esta santanderina, viuda de minero, dice que ya no se ve en otro sitio. «Aquí estoy muy tranquila», comenta. No es amiga de dar fechas y con un «uf, Dios mío» esquiva cualquier pregunta relacionada con su edad o los años que lleva residiendo en la ciudadela. «Vinimos a buscar trabajo. Y aquí quedamos. Ésta era una zona obrera», señala.

Julia Herrero agradece la conversación. Ella no suele moverse de El Natahoyo y sus vecinos «o han ido muriendo o marchando». Más allá de la ciudadela, «en El Natahoyo ahora hay de todo; y que siga así, que no creas que la cosa está tan guapa». Dentro de este conjunto de casas obreras, la actividad se mantiene gracias a un puñado de talleres como el de Constantino Riera, Tino, que se dedica a la rehabilitación de muebles.

Este ebanista nacido en Suiza es hijo de la emigración. Su familia regresó a Asturias en 1979 y decidió montar su propio negocio en la calle Atanasio Menéndez. Entonces, «ya se veía que esta zona se estaba deteriorando». Ahora, muchas casas sirven de cobijo a okupas e indigentes. «Todo esto va para abajo como está mandado», augura Tino Riera, que desarrolla su trabajo con las puertas abiertas a quien quiera mirarlo. «La Administración debería rehabilitar la ciudadela y convertirla en una zona artesanal, que pudiese convivir, claro está, con el uso residencial que queda», propone. Y sigue dándole vueltas a la idea: «Reunir talleres de distintos oficios, que la gente pudiera visitar, daría singularidad al barrio. Sería una buena solución». Habrá que ver qué pasa con la alegación en curso.