Entrenador del Sporting B y director de la Escuela de Mareo

Entrenador del Sporting B y director de la Escuela de Mareo

Por el corazón de José María Meana Acebal late sangre rojiblanca. Sportinguista de toda la vida, el entrenador del Sporting B y director de Mareo, jugaba de pequeño a organizar desde la banda a los chavaletes de la Cabila, con el fin de poder ganar los partidos en el barrio del Llano. Un precoz inicio en el que se gestó el infatigable trabajador que se ha ganado el respeto de la afición gijonesa tras veinte años en la cantera del Sporting.

José María Meana Acebal, o Pepe Acebal, como se le conoce en el mundo del fútbol, nació un 28 de octubre de 1956 en la calle Marcelino del Llano. De orígenes humildes, su padre, Ovidio Meana, combinaba su trabajo como guardia municipal con alguna dedicación ganadera junto a su esposa, Mercedes Acebal, en un barrio que nada tenía que ver la poblada urbanización de la actualidad. Desde niño el fútbol fue su pasión, jugaba junto con sus vecinos, a los que aleccionaba para poder llevarse el triunfo en cada pachanga. Pronto comenzó a trabajar como aprendiz en un taller de chapa y pintura en la zona, Carrocerías Miravalles, del que su dueño, conocedor de su amor por el balón, le llevó a jugar al Cimadevilla para saciar su hambre de fútbol. Un club en el que no sólo aprendió a golpear el balón, también allí recibió el bautismo futbolístico con el que posteriormente se hizo conocido: Acebal. «Hay que hacer honor también a las madres», dicen que le dijeron para cambiar el orden de sus apellidos. Allí aprendió los entresijos del banquillo y en ese club estuvo posteriormente como entrenador durante ocho años, el mismo tiempo que ocupó en la banda del Veriña, antes de llegar a la Escuela de Mareo. Fueron los primeros pasos en un ámbito que le ha dado todo en su vida deportiva. Una época en la que sus jugadores sufrieron los rigores del monte de Baldornón, a los que llevaba durante las pretemporadas para prepararlos a fondo físicamente subiendo las duras cuestas de donde son originarios sus padres -«fíu de una Gurria y un Milatu», como dicen cariñosamente sus familiares-. En la parroquia asistían atónitos cómo Acebal preparaba a los jóvenes antes de las excelentes campañas que cuajó en el fútbol base.

Su última temporada en el Veriña le hizo descubrir una de los grandes ídolos de la afición rojiblanca, Juanele, que se llevó al Sporting la temporada siguiente cuando fichó por el equipo juvenil. Humilde y tenaz obrero en la sombra, la suya es una historia de superación propia, y no sólo en lo deportivo. Acabó siendo dueño del taller en el que comenzó como alumno, circunstancia que fue un augurio de lo que sucedería con su experiencia en Mareo y que define toda su trayectoria.

En la cantera sportinguista dirigió al juvenil y cadete en diferentes etapas antes de tomar las riendas por primera vez del filial. Su talento le brindó la oportunidad de convertirse en el entrenador del primer equipo en la campaña 2000-2001, tras la destitución de Vicente Cantatore. Una vez más, el que fuera joven grumete se hacía con el timón del barco. Con la primera plantilla realizó dos buenas temporadas, siendo relevado en su puesto a principios de la 2002-03 por Antonio Maceda y dejando a otro de sus descubrimientos y referentes de El Molinón, David Villa, como la estrella de Segunda División.

Casado con María Luisa Suárez y con dos hijos, María y Sergio, que sigue sus pasos como entrenador del Camocha cadete, es un hombre parco en palabras, en buena medida por su timidez, pero que siempre tiene un guiño para aquellos a los que les reserva su afecto. Resulta difícil verle perder los papeles, su experiencia le ha servido para templar su temperamento y matizar las situaciones más en frío, más en segundo plano, desde el discreto lugar donde se siente más cómodo. Esa sombra desde la que fuma su tradicional pitillo antes de los partidos en uno de los rincones de Mareo mientras medita ensimismado algún pequeño detalle, ésos que tanto le gusta cuidar. O desde la que ve cómo su Sporting B logra el ascenso, sin aspavientos, sólo como ese humilde trabajador que un día soñó con entrenar a los grandes. Sin darse cuenta, él mismo se ha convertido en uno de ellos.