Cuca ALONSO

Hay rutas de conversación que a veces siguen una línea descendente, es decir, el personaje decrece a medida que expone sus ideas y, al final, es inevitable sentir la leve herida de una decepción, infligida por la pérdida de las ilusiones previas. En una palabra, se esperaba mucho más de la persona que amablemente ha accedido a ser entrevistada. En otras oportunidades ocurre lo contrario y, poco a poco, la joya va descubriendo el fulgor de sus aristas. Vicente Cueva pertenece a esta segunda clase. Un gran músico, excelente compositor, pero absolutamente desconocido en el terreno personal. Su imagen corresponde a un señor serio, algo introvertido, ¿quizás una pizca endiosado?, me pregunté. No, en absoluto.

Antes de cruzar la primera palabra con él, servidora había extraído una conclusión: la armonía es una tendencia que imprime carácter, que se vive por completo y no de modo exclusivamente intelectual. Sentado muy cerca de mí, en el teatro de la Laboral, Vicente Cueva vestía un impecable traje de alpaca azul marino, combinado con mocasines de ante del mismo color. Perfecto. Y sonreí recordando aquel insólito frac de alpaca, también azul marino, de Zubin Mehta al dirigir un memorable concierto en el Palacio de Festivales de Santander. El hábito no hace al monje, pero a la inversa hay virtudes que exigen elegancia.

Vicente Cueva Díaz nació en Gijón, 1943, en la calle Dindurra, donde su padre regentaba un taller de ebanistería. Tras cursar estudios en el colegio de los Hermanos La Salle e iniciar la carrera de Comercio, su vida tomó el camino de la música. Hoy se define como un hombre incisivo, abierto a todo el mundo, que ha logrado vencer la gran timidez que acompañó su infancia. «Soy muy exigente en el trabajo, aunque voy aflojando algo; la música, si se toma en serio, es absorbente, y a los alumnos que merecen la pena hay que pedirles lo máximo».

-¿Existe una genética musical en su ADN?

-Sí, aunque amateur. Mis padres eran solistas del «Orfeón Gijonés», bajo la dirección de Ángel Embil. Y mi tía Enriqueta Díaz fue cofundadora de la Polifónica junto a Anselmo Solar. Teniendo una madre soprano, un padre barítono, y una única hermana que recibía clases de piano de Enrique Truhán, el ambiente de casa era totalmente musical.

-¿En qué instrumento se inició?

-También en piano, pero poco después, al ingresar en la Escuela de Música de Gijón, de la calle Calvo Soleto, comencé a alternar el piano con el violín. Hubo un momento en que para seguir mi formación debía trasladarme a Madrid, así que solicité una beca de la Diputación de Asturias, pero no me la dieron. Tanto mi padre como yo pedimos explicaciones y supimos, incluso reconocido por él, que la negativa provenía de Muñiz Toca, que deseaba que me quedase. Fue un gran disgusto.

-Pero se fue...

-Sí, la carrera me la costeó mi padre, aunque recibí una leve ayuda del Ayuntamiento de Gijón, 3.000 pesetas, que únicamente alcanzaban para pagar parte de la pensión. Conseguí la licenciatura en Violín, aunque también soy compositor, cantante y director de orquesta.

-¿Y en qué se centra su pasión?

-En el canto, sin ninguna duda. He pasado la vida manteniendo contacto con los grandes cantantes, incluso recibí clases de Giuseppe Taddei, de Mercedes García López, pero nunca pude dedicarme al canto en serio, aunque me quedé con ganas; tenía una familia. He cantado a todas horas. En la ducha también, claro. Una vez que estaba en el baño, aporreó la puerta el gran músico Katinski, «¡Abre, Antonio!», dijo. Había confundido mi voz con la de Antonio Medio, que residía en la misma pensión, La Vascongada, más conocida por Casa Ambrosio, por la que pasaba medio Gijón.

-Bien, ya tenemos la carrera de Violín...

-Obtuve el premio fin de carrera «Pablo Sarasate». Por cierto, este año, 2008, se conmemora el centenario de su muerte. Justo al terminar, siendo Fraga Iribarne ministro de Información y Turismo, convocaron oposiciones para crear la Orquesta de Radio Televisión Española. España era la única nación de Europa cuyo ente mediático no tenía orquesta propia. Me enteré de dicho concurso en agosto, estando de vacaciones en Gijón, e inmediatamente pedí la partitura. Era la «Sinfonía Española» de Eduard Laló, que, por cierto, había estrenado Sarasate. Me puse a estudiarla. Los exámenes iban a ser en noviembre. Nos presentamos más de cien violinistas y eligieron a 24; yo obtuve el número doce, después de enchufes.

-¿Qué edad tenía usted?

-20 años. Una chica, también violinista, y yo éramos los más jóvenes de la Orquesta de RTVE. Mi obra orquestal más importante, escrita para voz de barítono, violín solista y orquesta sinfónica, «El poema de tu nombre», está dedica da a ella, que se murió demasiado joven. Ambos éramos primeros violines en aquella orquesta dirigida por Igor Markevitch, el más grande del momento junto a Sergiu Celibidache, auténticos creadores de una escuela de dirección.

-¿A qué le obligaba el trabajo en la orquesta de RTVE?

-Aparte de ofrecer un concierto semanal, viajábamos por todo el mundo. Formé parte de ella hasta el año 2003, en que decidí jubilarme, cuatro años antes de la edad prescrita, pero en mi haber hay 2.274 conciertos con la Orquesta de RTVE. Mientras tanto, la composición estaba medio dormida. Aparte del trabajo, yo debía educar a mis hijos en el bien y en la música. Creo que lo he conseguido. Mi hijo mayor, Vicente, es violinista y acaba de crear la Orquesta de Cámara de España, además de formar parte del «Dúo Sarasate». El segundo, Enrique, cuyo nombre es en recuerdo de Enrique Truán, también es violinista, miembro del «Grupo Milladoiro», dedicado a la música celta. Por último, Cecilia es profesora superior de Piano, está haciendo el doctorado y da clases en un colegio de Jaén.

-¿Tocan juntos alguna vez?

-Sí, y hemos dado conciertos, uno de ellos aquí, en el teatro Jovellanos, en un homenaje a Enrique Truán.

-Así que en 2003 surge el gran compositor...

-Dejémoslo en simple compositor. Comencé la serie más amplia de mi obra, para voz y piano, doce canciones sobre otros tantos poemas de Miguel Ángel Bohome. También he escrito tres de la poetisa Catarina Valdés Pozueco.

-Pero su gran popularidad viene por la «Fanfarre a Jovellanos».

-La idea nació en Basilea, en un viaje de la orquesta, al ver por la calle a unos cuantos pícolos y tamboriles que iban en procesión cívica. Qué bonito, pensé, hacer algo en Gijón sobre Jovellanos, pero la teoría había que desarrollarla. Fue cuando concebí hacer una fanfarria a modo de llamada de atención como inicio de un acto oficial. Me puse a escribir y ahí está, aunque aún no se ha tocado entera. Es una pieza sinfónica, de la que se adaptó a banda una de sus partes para interpretarla el 6 de agosto. Ocurre que la Alcaldesa ha decidido que se utilice en los actos solemnes del Ayuntamiento.

-Sensibilidad gijonesa...

-Paz Fernández Felgueroso es una gran señora, cuya trayectoria política y de gestión goza de enorme prestigio.

-¿En qué trabaja usted actualmente?

-En la edición de 25 caprichos de concierto para violín solo. No quise que fueran 24 para no emular a Paganini, aunque tampoco pretendo ser más que él. Ya están terminados y parte de ellos responde a peticiones de grandes violinistas europeos, entre ellos la rumana Cristina Anghelescu, José Luis García Asensio... Otros llevan el nombre de un artista, como Pavarotti. Éste lo escribí el día de su muerte. En cuanto a la música coral he compuesto villancicos, habaneras... La penúltima está dedicada a Dioni Viña, yo lo quería mucho. Y la última es para el nieto que estoy esperando.

Pasa a la página siguiente VICENTE CUEVA DíAZ Músico