Sucedió un buen fin de semana del mes de noviembre, como podría haber sucedido un día de semana de agosto, el encuentro entre los países económicamente más importantes del planeta, ampliado a algunas de las economías emergentes, así como a organizaciones económicas que escapan al control de la ciudadanía de poco ha dado de sí. La búsqueda de la piedra filosofal sigue estando en la mente de quienes llevaron al colapso su propio ideal económico.

Me refiero a una acumulación de riqueza tan desmesurada que acabó por socavar su propio barco, el del neoliberalismo, y con él un sistema social injusto a todas luces que basado en la no intervención de los estados se desarrolló a lo largo de buena parte del siglo XX, fundamentalmente a partir de los acuerdos de Bretton Woods de 1944, muy próximo al final de la II Guerra Mundial y en el período actual de principios del XXI. El espejismo del capitalismo social, ese propugnado durante los gobiernos neoliberales, basado principalmente en el «Dios Mercado», en hacer caja sobre la base de privatizaciones sistemáticas, en definitiva, en la descapitalización del Estado, que hurtado de sus condiciones y principios ejercería un papel meramente observador del campo de juego económico, fracasaría estruendosamente.

Será este último fracaso, que no el primero, recordemos la crisis de 1993, la de 1973... o aquella tan lejana ya de 1929, del sistema capitalista en sus múltiples divisiones el que suframos hoy el conjunto de países y sociedades de esas conocidas como del Primer Mundo. Hoy el poder económico, banca, aseguradoras, consultoras, fondos de inversión... exigen de los estados un rescate para liberarse de su propio autosecuestro. Un rescate que se pide sea igualitario, es decir, todos deberemos pagar lo mismo, como el IVA, por poner un ejemplo, sin importar los réditos conseguidos a lo largo de años de rapiña. Un rescate que se nutrirá de aquellos y aquellas que hicieron caso a los llamamientos de ministros socialistas y populares para que invirtieran sus jubilaciones en fondos privados, que conformarían una bolsa ajena a cualquier clase de control destinada en exclusiva a la especulación bursátil. Otra vez más el capitalismo basado en la privatización de los beneficios reclama la socialización de las pérdidas.

Sorprendentemente no se pretende que sean los dueños o los gestores de las empresas en crisis ni sus consejos de administración quienes paguen los platos rotos devolviendo de los recursos económicos al erario público y pagando responsabilidades en la cárcel. Cubiertos por multimillonarias cláusulas abandonan su actividad sabiendo que tienen su retiro más que bien asegurado, quién sabe si en una ciudad vacacional perpetua o en un viaje privado al espacio. Al tiempo la clase obrera, los y las trabajadoras, las pymes y los autónomos son quienes mediante fórmulas como expedientes de regulación de empleo, despidos masivos, cortes de producción, traslado de factorías... sufran las consecuencias de esta enésima crisis del capitalismo.

Retornando, si es que en algún momento ha dejado de estar presente, a la reunión del pasado fin de semana, la del G-20+3, sus resultados poco impresionan, nada tienen de novedosos. El G-20+3 gestado en una reunión del G-8 en 1999 no deja de ser un apéndice de éste, en su encuentro las medidas exigidas por las organizaciones ciudadanas, por la izquierda mundial: fin de la agenda desreguladora y privatizadora global, mayor transparencia institucional mundial, así como límites claros a las acciones del Banco Mundial o a la Organización Mundial del Comercio, o el necesario control democrático por parte del Parlamento europeo del Banco Central Europeo, institución en la que la representación ciudadana está claramente excluida de los procesos de elección de sus mandatarios. El G-20+3 responde mediante afirmaciones caducas, como su creencia en el libre comercio, en la competitividad y en las inversiones o, lo que es lo mismo, pregona que la solución a la crisis se encuentra precisamente en los mecanismos que la causaron. El FMI reclama 100.000 millones de dólares, las transnacionales reclaman despidos y deslocalizaciones y así sucesivamente, en un claro ejercicio de mantener el beneficio de muy pocos por encima de cualquier situación.

El mismo día de la reunión del G-20+3 el presidente venezolano, Hugo Chávez, convocaba una cumbre extraordinaria del ALBA y de Petrocaribe con el fin de adoptar las decisiones adecuadas para la protección de los pueblos de América Latina. Una reunión que buscará en la socialización las respuestas a la crisis del capital, respuestas desde la izquierda.

La asistencia del presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, al cónclave podríamos resumirla en las palabras de Jean-Luc Mélenchon, fundador del Partido de la Izquierda francés: «Yo tendría mayor confianza si fuera Chávez o Lula quien hablara en nuestro nombre, en nombre de la izquierda». Y es que de poco o nada vale reclamarse de izquierdas cuando se continúa apoyando o buscando la refundación de la economía del capitalismo, practicando una vez más en nombre de la izquierda políticas de la derecha.