Conviene recordar -nunca sobra- que durante muchos años a los concejales, y al Alcalde, no los elegían los ciudadanos de Gijón. Precisamente, en abril del año que viene se va a cumplir una treintena desde que los gijoneses y gijonesas mayores de edad lo pueden hacer en libertad. Equivocándose o no, pero, en cualquier caso, pudiendo cambiar su voto en la siguiente elección. Alcaldes de Gijón hubo muchos. Concretamente, desde el año 1840 hasta esta actualidad del siglo XXI, hubo casi cien alcaldes y una alcaldesa. Cecilio Oliver Sobera, que era militar de profesión y natural de Guadalajara, fue alcalde desde febrero de 1958 hasta julio de 1961, sucediendo a José García-Bernardo y de la Sala y antecediendo a Ignacio Bertrand.

El 15 de febrero de 1958, leemos en LA NUEVA ESPAÑA (sin ninguna información previa en días anteriores) que el alcalde, José García-Bernardo y de la Sala, había recibido en su despacho al «ilustre militar don Cecilio Oliver» y que al salir de la reunión el regidor había comunicado que el nuevo alcalde de Gijón era ahora Cecilio Oliver, que venía a reemplazarlo. Para ese mismo día se anunciaba un Pleno extraordinario con un solo punto: «Cese y posesión de la Alcaldía». Así eran las cosas. Nos informa el diario que Cecilio Oliver «no es un desconocido en Gijón, ya que, dado su cargo de militar, estuvo en Gijón cuando la huelga revolucionaria, aunque su lugar de nacimiento fuera Guadalajara». Dos noticias singulares abrieron el mandato de Oliver. Una, que el Alcalde iba a abolir el uso de la navaja y «ha empezado haciendo cacheos en chigres, con excelentes resultados», y otra, sobre el fútbol callejero. Jugar partidos de fútbol en la calle era habitual, pero no permitido, y por eso la Policía Municipal había entregado al Hogar de San José un buen número de balones requisados por orden del Alcalde.

Estamos en febrero de 1959, cuando celebraba un año en la Alcaldía. Cecilio Oliver ponía en marcha «un ensayo» al obligar a los peatones a bajar la cuesta de Begoña por Correos y subirla por la otra acera, por la del flamante hotel Hernán Cortés (de forma obligada, porque había guardias que vigilaban el tema). Muchos ciudadanos protestaron por la peculiar medida, que duró apenas un día, pero don Cecilio seguía en sus trece hablando de «educar al pueblo en la circulación». Insistimos en que la medida era para los peatones. Por medidas de este tipo fue muy popular, y esa ocurrencia de la cuesta de Begoña es contada en la ciudad como si de una leyenda urbana se tratase. Nada de eso: la cosa fue verdad.

De todas maneras, quizás fue superada por un suceso en marzo de 1959. Se iban a hacer unas obras en la plaza del Seis de Agosto y el Alcalde propuso trasladar la estatua de Jovellanos al Campo Valdés con el argumento de que así iba a estar, decía don Cecilio, no en la plaza de su nombre, pero sí «cerca de su casa natal». Naturalmente, esa idea tampoco prosperó. Como afortunadamente tampoco fue realidad, ese mismo mes, la propuesta que tuvo de levantar «un muro de casas» en Cabueñes. Se estaban construyendo las Mil Quinientas Viviendas de Pumarín -se inaugurarían al año siguiente- y el alcalde Cecilio Oliver apuntaba la posibilidad de levantar otras tantas nada menos que en Cabueñes, «serían mil quinientas viviendas junto a la Universidad Laboral y alrededores, para ello estamos hablando con la familia Revillagigedo».

No conocemos el sentido de esas conversaciones, pero la cuestión no prosperó. Entendemos que algunas cosas buenas haría ese Alcalde, y prometemos buscarlas y contarlas. Por ahora, digamos que durante los años de su mandato, todos los días 22 de noviembre y con motivo de su onomástica, recibía en su despacho a los jefes militares de la ciudad. Tampoco sabemos el contenido de esas reuniones.