Un amigo castellano que durante años cuadró balances en una entidad bancaria de esta ciudad me hace llegar por el teléfono la enhorabuena del nuevo destino y me dice que vengo «a una ciudad superlativa: en Gijón todo es grande: la Escalerona, El Molinón, el Santón, la Iglesiona...». Hay ciudades aumentativas y ciudades diminutivas y esa calidad no se corresponde siempre con la extensión geográfica ni con el número de habitantes. Este Gijón de hoy se parece mucho en lo esencial al que algunos conocimos hace dos décadas: El Molinón ya era de Primera. Mi amigo, sin embargo, me alerta: ten cuidado con lo que escribes. Yo sigo las consignas de los viejos maestros: no observarse el ombligo para no acabar la jornada laboral con tortícolis ni abusar del almíbar para no correr el riesgo de enfermar de diabetes. No aspiro, por tanto, a ofrecerles de desayuno taza y media de empalago.