Es muy difícil que una afición robusta, como la que durante décadas alentó desde la grada los pormenores del Gijón Baloncesto, pase por el aro de la disolución de un club histórico.

El anunciado fin del principal referente del basket de esta ciudad me trae a la memoria a Bil McCammon, al que conocí hace unos años en Zamora, donde intentó repetir, sin éxito, la impensable hazaña gijonesa. A Bill lo repescó de Chipre el «lince» del baloncesto zamorano, Gerardo Hernández de Luz.

En la ciudad del Duero siguió añorando la costa verde de la ciudad que lo lanzó al estrellato. Ranko Zeravika, uno de los genios balcánicos que ha dado el deporte de la canasta, dijo una vez que al «fútbol se juega con los pies; al balonmano, con las manos, y al baloncesto, con la cabeza».

Parece que en Gijón, los culpables de la desaparición del club han manejado los pies más que la cabeza.