Algo revolucionario implica un carácter subversivo, además de original o innovador. La «ba-rock opera» con la que se clausuró el XII Festival de Música Antigua de Gijón agita a aficionados a la lírica y al repertorio barroco, pero ¿hasta qué punto hablamos de un punto y aparte en la presentación de una ópera?

El acercamiento de la lírica al público es uno de los grandes retos de hoy de la música clásica. Los intérpretes profundizan en sus papeles vocales e instrumentales, mientras se presentan diferentes producciones según la lectura de la obra. Algunas verdaderamente polémicas porque, finalmente, empañan la comprensión de la ópera. Pero, paralelamente al debate sobre lo que deben y no deben hacer los directores de escena, que va agotándose, los directores musicales han acogido un protagonismo renovado. A esto hay que sumarle las posibilidades que ofrece el repertorio barroco, riquísimas por las propias características de composición y por el momento de la historia de la música, y que ha generado verdaderas escuelas de interpretación.

De modo que las posibilidades al presentar una determinada obra, trascendente y en constante actualidad en el repertorio, son de por sí inmensas. Y también «populares».

Massimiliano Toni, especialista en música antigua, ha creado su «Orfeo» a partir de la obra de Monteverdi. El impacto se consigue a través de la incorporación de los instrumentos electrónicos, con la reescritura de la obra.

Las características del rock progresivo -género que defiende estructuras musicales elaboradas preocupado por la armonía, los timbres y el ritmo- explicaron el encuentro con la música barroca. Sin embargo, aunque en algunos momentos características de la obra original, como los bajos o las melodías, se desarrollaron en la banda de rock, no se observó una fusión estética como tal. Hablamos, en todo caso, de una recreación del «Orfeo» donde destacó, eso sí, la experimentación sonora en las partes de nueva creación -con ecos de «Jethro Tull» y «Pink Floyd»-, siempre atenta a la progresión dramática que, al fin y al cabo, es la preocupación principal de la obra de Monteverdi.

Por otro lado, la apuesta del festival fue ambiciosa, logrando en poco tiempo y con los medios justos -visible en una escueta escenografía, que se equilibró con un movimiento de escena bien diseñado por Deda C. Colonna- una buena respuesta por parte de los efectivos, de diversa naturaleza. De este modo, la banda de rock gijonesa «Senogul» estuvo precisa en su trabajo con director y cantantes. El grupo «Sax Antiqua» fue el pivote entre la parte clásica y contemporánea. Los instrumentos antiguos, y el cuerpo de cuerda de la Joven Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (JOSPA), que fue ganando seguridad en la interpretación pasado el primer acto.

Junto a esta reivindicación de la parte musical, firmada por Toni, actuó un elenco de voces bien equilibrado -prueba de ello fueron los números de conjunto, que supusieron los mejores momentos de la interpretación-, salvo por el protagonista, Marco Horvat, en un papel técnicamente ambicioso, por la fuerza y agilidad que requiere, y con números de gran belleza, sólo al alcance de una voz profesional. Con todo, la sonorización del espectáculo fue una verdadera odisea, bien solventada por el equipo técnico.

Suele decirse que hoy todo está inventado. O que nada sorprende. Sí, la ópera rock está trillada desde mediados del siglo pasado. Y las óperas contemporáneas «haberlas, haylas». En el caso de la fusión de estilos -una realidad habitual en la música, también en la esfera del compositor-, harían falta nuevas fórmulas que acercaran de forma diferente dos mundos ¡que siempre han estado conectados!, el de la música clásica y popular. Éste sería el objetivo, aunque por el momento no está claro. Modificar el documento musical es arriesgado. Otra cosa es que se desarrollen las características de los repertorios de una forma innovadora. Porque, igual que se trata de un avance el recuperar las versiones históricas, no se pueden cerrar nuevos caminos.