El pintor Hugo Fontela inicia la serie de entrevistas festivas de LA NUEVA ESPAÑA con motivo de la semana grande gijonesa.

-Defínase.

-Soy un pintor joven, 23 años, un moscón que vive en Nueva York: un artista y pensador astur-neoyorquino.

-¿Cómo se lleva una gloria tan temprana, no cree estar soñando?

-Ni bien ni mal; eso está ahí y convivo con ello sin que me preocupe. Y no sueño porque trabajo mucho.

-¿En sus peores pesadillas se ve como un pintor de brocha gorda renovando la pared de los urinarios de un instituto?

-No, me veo pintando lo que no me gusta y me horroriza. Siendo asturiano me alejo mucho del hórreo y la madreña.

-¿El colmo es llegar a Nueva York y venderlo todo?

-No, el colmo es hacer lo que te gusta durante las 24 horas del día y no tener jefe. Lo que no indica que carezca de control y autodisciplina. Pero, sí, he tenido la suerte de vender la obra íntegramente.

-¿Cómo definiría su arte?

-Una pintura muy de mi época. Cuando la miras sabes lo que ocurre en el cuadro, pero de cerca no encuentras los detalles. Creo que es sugerente y mágica.

-¿No le cae la baba al verse integrado de forma sobresaliente en una supercolección privada como la del doctor Tejerina?

-Me hace enorme ilusión ver que mi obra es tan considerada por parte suya. Para un artista es un honor.

-¿A qué inmortal querría parecerse?

-Me reencarnaría en Nicanor Piñole; es mi asturiano favorito. Y entre los internacionales me encanta el Paul Gauguin de Tahití.

-Pese a su juventud, ¿ya hay un verano en su vida?

-Sí, el pasado, en el verano de 2008 conocí gente estupenda, pero éste... Este de 2009 es de amor...

-¿Cuál es su pecado capital?

-Son dos, la manía del orden y la gula. Sin orden no podría vivir y disfruto mucho de los sabores. En Nueva York no hay calamares fritos ni ensaladilla rusa, lástima...

-Por cierto, ¿se confiesa?

-Sí, de vez en cuando, o más de vez que de cuándo. Suelo dejar el marcador a cero al entrar en una iglesia, en un paseo por la montaña o ante un bello paisaje; son encuentros con Dios. Entonces reflexiono y busco el bien.

-¿Cuántos puntos le quedan en su carné de conducir?

-Todos.

-¿Y en su carné de baile le queda sitio, refiriéndonos a galerías, no a las mujeres?

-Reconozco que tengo una pequeña lista de causas pendientes.

-¿Y a aquéllas, las mujeres, se ve obligado a espantarlas como a las moscas?

-No tengo esa suerte. Sí es verdad que he encontrado chicas fantásticas, pero de momento toca trabajar. Tengo muy claro lo que quiero. Si tú me dices ven, lo dejo todo un rato... Pero nada más.

-¿Qué rostro de mujer retrataría?

-El de Pilar González del Valle, marquesa de la Vega de Anzo, tiene enorme fuerza. Y pensando en un hombre, el de Valentín Fuster, transparenta humanidad.

-¿Qué le hace suspirar?

-El trabajo bien hecho, la sensación del deber cumplido y las musas.

-Un chico como usted ¿qué hace cuando no pinta?

-Lo normal, salir, cenar con los amigos, reírme, leer... De los deportes me gusta nadar, el tenis, el esquí... Pero me encantaría ser escritor; elaboro mis relatos con los pinceles, pero no con palabras.

-¿De qué modo piensa participar en las fiestas de Begoña?

-Yendo a los toros, a la Feria, a los fuegos... A cenar. A lo que pueda.