R. GARCÍA

Dori Granda tiene 47 años y lleva diez al volante de un taxi recorriendo las calles de Gijón. En su vehículo han montado viajeros de todo tipo. Los primeros momentos de esta carrera con taxímetro fueron difíciles, pero ha conseguido superar las adversidades. Ahora, incluso, «hay algunos clientes que prefieren a una mujer», asegura.

A pesar de los avances, anécdotas no le faltan en su diario de a bordo: «Todavía hay gente que te puede sorprender». Aún recuerda cómo hace no demasiados meses «unas señoras se subieron en mi taxi y al ver que una mujer conducía preguntaron: "Madre, fía, ¿llegaremos?", pero ya te lo tomas a broma. Efectivamente, llegamos, y entonces les pregunté si estaban satisfechas con el servicio. No lo dudaron».

Gijón es una de las ciudades que cuenta con más mujeres en su flota de taxis. En la ciudad operan dos empresas, que reúnen a un total de 308 profesionales. Unas 40 licencias están en manos de mujeres. Las primeras llegaron al gremio como suplentes de sus maridos. El objetivo era «poder ayudar en casa y compartir la licencia para así llegar mejor a fin de mes», señala Granda. Es justamente el caso de esta gijonesa, que comenzó a trabajar con la licencia de su esposo, ahora ya retirado, que le ha pasado a ella los derechos del volante. A esas cuarenta mujeres con licencia hay que sumar aquellas otras que conducen los taxis de sus parejas eventualmente.

A pesar de los problemas que tuvo que sortear en un principio, cuando había clientes que se negaban a subirse en un taxi por el hecho de ser conducido por una mujer, las cosas actualmente se sitúan en un plano de normalidad. Las conductoras se han ganado un puesto en un sector descaradamente masculino «gracias a la manera en que tratamos al cliente, que es muy diferente», explica esta taxista gijonesa.

Dori Granda asegura que las conductoras aportan «otra perspectiva» a este trabajo urbano. De hecho, llegan a actuar como psicólogas de clientes, que «a veces nos cuentan cosas que no confiarían a nadie. Las mujeres, en concreto, se ven más protegidas y nos cuentan con frecuencia cosas de su vida, tal vez por solidaridad de género». Esa sensación de seguridad es fundamental para esta taxista de Gijón. «La clave es hacer sentir al cliente que va protegido en el taxi», explica.

Como en otras profesiones en las que se exige trato frecuente con el cliente, las taxistas aportan «más tacto y sensibilidad», pero también buenas dosis de humor, que hace falta tras tantas horas de trabajo monótono al volante: «Ya te digo que tienes que tomarte las cosas con humor. En algunas ocasiones voy con dos hombres en el coche y de repente se me cruza algún vehículo y entonces me miran y yo les digo, sin que ellos tengan que pronunciar palabra, "mujer tenía que ser". Entonces nos reímos y punto», explica esta taxista, de las más veteranas de la ciudad.