J. M. CEINOS

El mes de octubre de 1984, hace un cuarto de siglo, Gijón luchaba por conservar sus astilleros. En junio, se había formalizado la fusión de Marítima del Musel y del Dique Duro Felguera, que formaron Naval Gijón (cerró sus puertas hace unos meses), pero en la bahía quedaban pendientes de un hilo los astilleros Riera y Cantábrico. A salvo, por el momento, estaba Juliana Constructora Gijonesa, que ahora lucha por su supervivencia como último vestigio de la construcción de barcos en la ciudad.

La reconversión del sector naval, aplicada por el primer Gobierno socialista de Felipe González para seguir las pautas marcadas por la Comunidad Económica Europea, amenazaba al potente sector de la construcción naval de Gijón, que daba empleo a miles de trabajadores en las factorías navales y en su industria auxiliar.

Los trabajadores del sector naval habían dejado claro, en asambleas, que rechazaban los planes gubernamentales de reconversión, y los enfrentamientos con las fuerzas del orden público empezaron a menudear. El martes 9 de octubre, medio millar de trabajadores mantuvo durísimos enfrentamientos con fuerzas del Cuerpo Nacional de Policía en las calles de Sanz Crespo, de Álvarez Garaya y de Corrida, y en la plaza del Carmen, «con barricadas que llegaron a formarse con automóviles que había estacionados», como escribió Daniel Serrano al día siguiente en LA NUEVA ESPAÑA.

«Una espiral de tensión volvió a enfrentar a trabajadores del naval con la Policía», titulaba Serrano en la edición de LA NUEVA ESPAÑA del 11 de octubre, a cuatro de las seis columnas de la página 7 del periódico. Pero la noche más larga del sector naval sería la del 23 al 24 de octubre de 1984.

Al final de otra de las frecuentes manifestaciones de los obreros del naval, entonces apoyados por otros sectores de la sociedad gijonesa, la muerte de un joven de 18 años, estudiante de Formación Profesional: Raúl Losa García, desencadenó los acontecimientos hasta el punto de que las primeras autoridades autonómicas, encabezadas por el entonces presidente del Gobierno de Asturias, Pedro de Silva, tuvieron que llamar a la calma a la población, con la intervención de los sindicatos, para detener «el deterioro de la convivencia ciudadana en la ciudad de Gijón».

Hacia las nueve de la noche del 23 de octubre, en el entronque de la calle de Manuel Llaneza con la del Decano Prendes Pando, Raúl Losa García moría como consecuencia de un disparo que efectuó, con un revólver Smith&Wesson, del calibre 38 especial, un viajante de joyería de 36 años de edad, quien intentó evitar con su arma que trabajadores del naval utilizasen su automóvil, que estaba aparcado, como barricada.

Un cuarto de siglo después, el entonces delegado general del Gobierno en Asturias, Obdulio Fernández, recuerda que «ese período en Gijón fue muy largo, pero aquel día fue especial por el lamentable suceso de la muerte del joven Raúl Losa».

«Aquel día, en efecto, fue destacado, pero dentro de la complejidad de todo el proceso de la reconversión del sector naval, que fue realmente duro», rememora Obdulio Fernández. Y prosigue el ex delegado del Gobierno: «Lo que me obsesionaba era que con aquella carga tremenda en el ambiente, que cualquier circunstancia, un pequeño error pudiese ser decisivo, y fue cuando se decidió que la Policía desapareciera de las calles».

Lo que ordenó Obdulio Fernández fue que las fuerzas policiales salieran de la ciudad y «que lo más cerca que estuviera la Policía fuera en La Providencia». Los acontecimientos eran de tal gravedad que Obdulio Fernández reconoce, un cuarto de siglo después, que «pudo ser una tragedia, y lo que le dije al jefe de la Policía de Gijón fue que no podíamos estar ahí. Aquella noche hubo una concentración en la plaza Mayor y, a partir de ahí, lo que dije fue que cualquier circunstancia podría encender la chispa y pasar cualquier cosa, por eso ordené salir a la Policía de la ciudad y dejar que la gente se manifestase, para no ayudar a que hubiera más tensión y más dureza en el ambiente».

Luis Redondo era hace un cuarto de siglo el secretario general de la Corriente Sindical de Izquierda, que tenía su punta de lanza entre los trabajadores del naval y aportaba un buen número de militantes en los piquetes. Ahora rememora que en la noche del 23 al 24 de octubre de 1984 «quedamos todos asustados y entristecidos cuando confirmamos que el chaval estaba muerto, ya que en Gijón nunca había ocurrido nada parecido».