"No te arrugues, que no son nadie". El consejo se lo dio Quini que ese día ejercía de entrenador del Sporting. Fue lo último que escuchó José Ángel Valdés Díaz (Gijón, 5-9-89) antes del saltar al césped del Nou Camp para asumir el marcaje de Leo Messi, posiblemente el mejor jugador del mundo. Y no se arrugó. En su debut oficial en Liga dispuso de treinta inolvidables minutos para medirse al futbolista del momento y siempre bajo la atenta y orgullosa mirada de su abuelo, José Díaz, don José, el "Güelu" de Mareo.

Fue la culminación a muchos años de conversaciones, de compañía, de entrenamientos, de consejos? Abuelo y nieto han mantenido desde siempre una relación muy especial. El matrimonio formado por Olga Díaz Fernández y José Manuel Valdés trabaja duro para sacar adelante a sus dos hijos, Laura de 25 años y peluquera de profesión y José Ángel, el benjamín de la familia. Por eso, el "neñu" ha pasado muchas horas junto a su abuelo materno, jubilado de los astilleros, donde trabajó como forjador. Lo que hoy es José Ángel se debe en buena medida a los desvelos de este hombre. Por ejemplo, su buen manejo de la pierna derecha. Algo extremadamente inusual en un zurdo. Es fruto de las muchas horas que nieto y abuelo compartieron en el patio del antiguo colegio de Las Palmeras con un balón de por medio. «Aún recuerdo lo que lloró para aprender a darle con la derecha», casi añora José Díaz. Hoy es un gran recurso que ha sacado de muchos problemas a este joven lateral izquierdo.

José Ángel es un diamante en bruto tallado al gusto de los técnicos de Mareo, adonde llegó con sólo ocho años de edad, una calidad innata y mucha calle. En la más fiel escuela de Juanele, el otro gran talento brotado de Roces, José Ángel aprendió a jugar al fútbol por los prados de la parroquia. «Tenía pillería, calle, desparpajo, una zurda poderosa y ese individualismo que siempre acompaña a los buenos jugadores», recuerda el director deportivo del Sporting, Emilio de Dios, entonces entrenador de base. El mérito del descubrimiento no fue del todo suyo. A José Fernández, el "Negro", se le metió por el ojo un chaval que ya entonces jugaba en el minibenjamín del Roces y convenció a De Dios para que fuese a verlo. No hubo dudas. El Sporting lo ató en corto y dejó que José Ángel jugase su segundo año de minibenjamín en La Braña, antes de incorporarse a los benjamines Mareo.

Por entonces, José Ángel mostraba una increíble facilidad goleadora. El cuaderno en el que su abuelo registra con minuciosidad de orfebre cada estadística del chiquillo (goles, minutos jugados, tarjetas amarillas y hasta penaltis fallados?) indica que en los años de pista "el neñu" marcó 526 goles. Ahí es nada.

Con su incorporación al Sporting, abuelo y nieto ingresaron en la familia rojiblanca. No en vano, José Ángel ha pasado bastante más de media vida en la escuela de fútbol de Mareo, donde sus distintos entrenadores pedían a don José que no se perdiese ni un partido, porque el crío se descentraba. Ambos subían cada tarde dando un paseín de media hora desde Roces, hablando de sus cosas, compartiendo un tiempo que les ha unido con un vínculo muy especial. El pasado martes, José Ángel regresaba de Egipto donde acaba de disputar el Mundial sub-20 con la selección española. Un improvisado acompañante le traía desde al aeropuerto y nada más entrar en Roces, el lateral vio a su abuelo caminando por la otra acera. Mandó parar en seco, bajó la ventanilla, lo llamó a voces y a los dos se les iluminó la cara.

Una vez en Mareo, José Ángel fue subiendo los peldaños que llevan al fútbol profesional. Cote, como siempre le llamaron sus amigos de Roces, aunque su abuelo no quiere que se lo ponga en la camiseta, destacó en todas las categorías, aunque el primer año de juvenil fue el más duro para él. En el último escalón previo al profesionalismo, el entrenador del juvenil de División de Honor decidió utilizarlo como lateral derecho, gracias a su buen manejo de ambos pies y de nuevo volvió a destacar.

Había llegado la hora de dar el salto al filial, pero unos días antes de iniciarse la pretemporada, José Ángel recibió una llamada en su teléfono móvil. Cuando descolgó escuchó la voz de Emilio de Dios invitándole a entrenarse a las órdenes de Preciado en el primer equipo. «Vale, vale», contestó el chaval ante la gran oportunidad de su vida. Y es que el extrovertido José Ángel lo asume todo con una naturalidad pasmosa. Sus primeras apariciones en el Sporting de los mayores, en los bolos veraniegos, causaron sensación. José Ángel jugó algunos partidos más con el filial antes de incorporarse definitivamente al primer equipo ese mismo año y de firmar su primer contrato profesional.

Una mañana de invierno, José Ángel fue llamado a las oficinas del club para rubricar su vinculación al Sporting por cinco años y con una cláusula de rescisión de 18 millones. Cuando todo estaba listo para la firma, Manuel Vega-Arango, siempre atento a los pequeños detalles, interrumpió el protocolo y mandó llamar a José Díaz para que viviese en directo otro momento crucial en la trayectoria de su nieto. Era de justicia.

Lo demás es una historia conocida. La gran amistad con Canella, el gol al Deportivo de La Coruña, el fallo estrepitoso ante el Valencia, el draft de plata y la selección. José Ángel ya ha sido internacional sub-20 y sub-21, ha disputado un Mundial y ha ganado los Juegos del Mediterráneo. Curiosamente, la selección asturiana -a la que fue únicamente en categoría alevín- siempre le ha dado la espalda. Alguien tendrá que dar explicaciones.

Fuera del fútbol, José Ángel estudió primaria en el Colegio Alfonso Camín y fue al IES de Roces. Hoy el fútbol llena su vida y ya es reconocido a nivel nacional como una realidad del fútbol español. Junto a Canella forma una de las mejores parejas de laterales izquierdos de la Liga. Lejos de ver en el de Laviana a un rival, José Ángel valora al amigo y por eso le dio pena cuando parecía que Róber dejaría el equipo. Ahora, tras el Mundial volverá la pugna por la titularidad, mientras don José vigilará cada entrenamiento desde una esquinina donde nadie le ve, y con la misma preocupación de siempre: «Que el guaje se porte bien».