Es evidente que el Estado del bienestar, el cual nunca terminó de desarrollarse en España, está en horas bajas y más en estos momentos, con la que está cayendo.

Pero es necesario, para materializar estas frases hechas, trasladarlas a la cotidianidad.

Gracias a que recientemente he sido un feliz padre he podido acercarme junto con mi mujer a esos ámbitos a los que no te acercarías en otras circunstancias, como son las zonas de juegos de los parques públicos en hora punta, donde tienes que sacar número como en el súper para poder columpiar a tu pequeño o, cómo no, al fantástico mundo de las guarderías.

Ya lo dicen los teóricos de economía social, los españoles, de forma genérica, en ausencia de políticas sociales efectivas y de larga proyección, siempre hemos recurrido a la más importante red de apoyos, que es la familia y, en concreto, a las mujeres. Pero la cosa ahora (en los últimos 20 años) se ha desmadrado un poco, porque las mujeres desde que les ha dado por incorporarse al mundo laboral (y menos mal, porque con lo que gana cualquier trabajador o trabajadora hoy día ya veríamos quién se podía mantener con un salario solo) de repente en España nos hemos dado cuenta de la tremenda carga que nuestras abuelas, madres y hermanas solventaban a las arcas públicas y encima sin reconocimiento económico ni social alguno. La cosa se desmadró tanto que a finales de 2006 hasta tuvimos que legislar como derecho el que una persona pudiera ser atendida en su propio domicilio ante situaciones de dependencia, porque al no hacerlo las mujeres (que en realidad lo siguen haciendo), quién narices lo tiene que hacer, pues el Estado.

Con el tema de las guarderías pasa algo parecido. En Gijón, de los que solicitaron quedan sin guardería más de 500 niños menores de 3 años, entre ellos el de un servidor, y no precisamente por encontrarme entre esos padres que no acceden por tener rentas altas, sino porque en el centro sólo había una decena de plazas para bastantes más solicitudes. Otro hecho que nos conduce una vez más, en ausencia de políticas sociales efectivas, a dos posibles alternativas: de nuevo a la familia, es decir, a las abuelas y abuelos, los cuales se están volviendo esclavos de sus nietos (otro indicador interesante para analizar en los parques públicos), o a la oferta privada de guarderías y demás establecimientos seudoeducativos.

Respecto a esta segunda conclusión caben varios puntos de análisis:

Primero: se abre la veda para negociantes, aprovechados y demás mercaderes que conscientes de la necesidad ajena harán el agosto desarrollando negocios de cuidados infantiles muy por debajo de los estándares de calidad, pero que ofreciendo precios asequibles consiguen un negocio rentable. Es evidente que esta oferta a la baja en el mercado la genera la ausencia de recursos públicos y que esto contribuye de igual forma a que haya niños de primera que puedan ir a guarderías elitistas y niños de segunda que se conformen con «otro tipo de servicios educativos».

Segundo: se precariza más aún la situación de las familias en un contexto de crisis, sumando a los gastos fijos de la economía doméstica uno más y de considerable cuantía. Lo que contribuye a su vez a generar más desigualdades entre las rentas altas y bajas.

Tercero: el conflicto social. Es interesante pasearse por delante de una guardería o escuela infantil el día que ponen las listas de solicitantes. Ante las ridículas cifras de admitidos y las exponenciales cifras de excluidos siempre caben las consideraciones del tipo: «claro, las ayudas y los recursos para los de fuera?», en parte éste es el sentir social que se plasma a primera vista. Cuando en realidad lo que ocurre es que los inmigrantes, los cuales tienen los trabajos más precarios, los ingresos más bajos y las jornadas laborales más largas, cumplen en muchos casos los requisitos para que sus pequeños sean admitidos en las guarderías públicas. Lo que no nos damos cuenta es que como en antaño, ante políticas sociales que siguen siendo la hermana pobre del resto de políticas, sólo llegan de forma mayoritaria a los más necesitados (parecía que ya habíamos desterrado el concepto de beneficencia). Olvidándonos que el tan decrépito Estado del bienestar se fundamentaba en que las políticas sociales debían llegar a toda la población (concepto de universalidad) para evitar las desigualdades y favorecer el desarrollo social. En sentido inverso podríamos analizar los regalos estatales, como el de los euros por hijo nacido que se otorgaban sin atender a las rentas de los padres? ahora que estamos en crisis parece que ya no somos tan espléndidos.

En definitiva, aún nos queda mucho por caminar en este país para reducir las desigualdades sociales, mientras tanto seguiremos atentos a la televisión y a las decisiones parlamentarias para ver si se suben o no los impuestos a los más ricos (eso sí, sin reconocer nunca el fraude fiscal de estos mismos, no vaya a ser que se enfaden las grandes fortunas de este país)? A los más pobres es evidente que no es necesario que nos los suban, ya que nosotros mismos estamos sufragando constantemente la ausencia de recursos públicos.