Esta colección de arte fue iniciada por el empresario coruñés de la construcción Manuel Jove Capellán, creador de Fadesa, el grupo español más potente del boom del ladrillo. (Esta empresa, vendida en 2006 al empresario Fernando Martín Álvarez, quebró como Martinsa-Fadesa en julio de 2008). La fundación fue creada en el año 2003, recibiendo la colección de arte de Manuel Jove en 2005. La fundación se dedica a cuatro áreas fundamentales: salud, educación y formación, ocio y tiempo libre, promoción cultural. La colección se inició con obras de artistas gallegos, pero en seguida se abrió a nivel nacional e internacional. Consta en la actualidad de 550 obras. Colección extraordinaria que abarca desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Un buen símbolo de la colección podría ser el cuadro de los ciegos del Equipo Crónica («Escena bucólica» 1978). Un ciego guía a otro ciego hasta que los dos caen en la fosa, versión de Peter Brueguel (1568). Los ciegos podemos ser los espectadores, que caminamos entre un caos o tormenta de símbolos de artistas del siglo XX, símbolos cuya atribución y reconocimiento resulta un crucigrama surrealista para expertos. Esta colección se ha realizado en apenas diez años, desde mitad de los noventa. Los artistas gallegos salen muy beneficiados, pues sus obras pueden compararse e integrarse en las grandes líneas estéticas del siglo XX, cosa que sucede aquí con Francisco Leiro, Urbano Lugrís, Manolo Paz, Menchu Lamas, etcétera.

La diversidad de propuestas, la sucesión de corrientes artísticas desde finales del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX es vertiginosa. La colección nace con voluntad de diálogo. Y cualquier proyecto expositivo que escoja una línea a seguir debe situar los cuadros en posición de hablar unos con otros. Por eso el espectador del palacio no debe salir de una estancia sin intentar establecer guiños y relaciones entre las obras de ese espacio concreto. Lo que vemos en el palacio Revillagigedo es una pequeña selección, realizada bajo criterio del comisario David Barro. Dirige tal selección la idea del espejo, el juego entre realidad y fantasía, ser y no ser, presente y futuro. El título está tomado de un relato de Giovanni Papini, escrito en 1906. El espejo será real o simbólico, sea el espejo en que se mira la enana Sara (Juan Muñoz, 1996), el cuadro-espejo en que aparece la imagen de Jacqueline de Picasso (1965) o la escultura de Galatea que realiza Pigmalión (Francisco Leiro, 1998), la mujer utópica de la que se enamora sin conseguir de los dioses que den vida a su obra, la estatua sin modelo. Porque todos somos Pigmalión y nos enamoramos de nuestras obras y actuaciones en este mundo, sean mujeres, trabajos, discípulos, hijos, amigos, proyectos u obras de arte.

La selección de 51 obras va situada en las dos plantas del palacio Revillagigedo. Nos recibe al final de la escalera «Sara ante el espejo» (1996), de Juan Muñoz, en resina de poliéster pintada. Nos acercamos y contemplamos a la enana. Nos vemos con ella en el espejo y de repente pensamos en la menina de Velázquez. Pero advertimos que Sara no se siente hermosa, no acepta su estatura, calza tacón alto y tiene los ojos cerrados, se niega a mirarse al espejo, no le gusta lo que ve, fabrica en su interior una imagen bien diferente de sí misma. Y ya estamos metidos en harina, en el problema de la identidad, la realidad y el sueño. Luego vemos la Jacqueline de Picasso (La modelo en el estudio, 1963). El espejo se multiplica. La modelo está sentada en el sofá, a la derecha, y pintada en el cuadro de la izquierda. Seguimos su figura en las dos imágenes. Picasso nos va diciendo cómo la ven sus pinceles, el pincel más clásico y naturalista, y el pincel tocado de cubismo. Descubrimos que son múltiples las imágenes que tenemos de nosotros mismos y también diferentes las imágenes que los demás guardan de nosotros.

Salgo del palacio convencido de que se trata de una muestra extraordinaria. Pregunto y me confirman que está teniendo por parte del público la atención que merece. Salgo también dándole vueltas a un cuadro de Joan Miró que está en la primera planta de la torre oeste, pintado en 1949, tras la serie de las famosas «Constelaciones». Miró en París pasaba hambre y volvía casa un poco alucinado. Colocaba objetos sobre la mesa y se ponía a pintar. Entonces surgían transformaciones sorprendentes, como en esta obra. Son tres escenas. A la izquierda, el encuentro de la pareja. El hombre es calvo y con tres pelos por la derecha, con ojos y nariz en forma claramente sexual. Ella es bailarina sonriente, colorista y pizpireta. La segunda escena es el encuentro amoroso, con un gran pene que se aprecia insinuado a lápiz, pero finalmente no incluido. Es la escena más deformada por el pintor. La tercera es la penitencia, el capuchón de Semana Santa.