M. I.

El pasado jueves se cumplieron diez años desde que Luis Manuel, el «bebé milagro», viera la luz en la uvi del Hospital de Cabueñes. Su madre, Milagros Lorenzo Mesa, llevaba 23 semanas de gestación cuando los médicos la consideraron clínicamente muerta. La historia de final feliz que alcanza ya una década comenzó a finales de agosto de 1999, cuando Milagros, una joven de 34 años de Luanco, ingresaba en una clínica privada gijonesa con una sospecha de meningitis. A los pocos días, fue trasladada al Hospital de Cabueñes con un proceso febril, un fuerte dolor abdominal y diarreas. El cuadro derivó en una infección generalizada que la llevó a la uvi y que remitió al poco.

Por entonces, Milagros, embarazada de 12 semanas, estaba decidida a seguir adelante con su embarazo. Tanto es así, que antes de salir de la clínica privada escribió de su puño y letra un texto a su hermana en el que decía: «No quiero abortar. Quiero tener a mi hijo». Había decidido incluso pasar todo el embarazo en el Hospital de la Caridad (Avilés), si fuera necesario.

A los pocos días de haber sido dada de alta, la joven volvió a Cabueñes. Entonces el problema era ya mucho más grave e irreversible. La causa final de la muerte fue una hemorragia cerebral a la que acompañaba un problema cardiológico para el que no se contempló la posibilidad de intervención quirúrgica. El 13 de noviembre, cuando se cumplía la semana 23.ª de gestación, se certificó la muerte clínica de la madre. El equipo médico de Cabueñes que participó en el proceso: el jefe de la unidad de ginecología, José Solís; la jefa de la unidad de neonatología, Adela Rodríguez, y el responsable de la uci, José Guerra, tenían experiencia en el mantenimiento de órganos para posibles gestaciones, pero ninguna en llevar a término una gestación con una madre muerta. Milagros Lorenzo estuvo atendida en la uci, ya clínicamente muerta, durante 49 días.

Pasa a la página siguiente

Los responsables del equipo médico que atendió al «bebé milagro» (de izquierda a derecha: los doctores José Solís, jefe de ginecología; Adela Rodríguez, jefa de neonatología, y José Guerra, responsable de la uci) coincidieron en destacar, en numerosas ocasiones, que el caso de la joven muerta fue «extraordinariamente anormal», pero que «simplemente cumplimos con nuestra obligación. Hicimos la labor profesional de cada día», dicen.