Quizá se enfade el bueno de Bardales cuando lea este escrito en «su periódico», pero la verdad es que hacía tiempo que me picaba el gusanillo de escribir sobre el párroco de La Calzada -mi barrio, antes lo fue El Natahoyo-, porque entiendo que es una figura irrepetible por muchos y variados motivos.

Últimamente se le está «crucificando» desde varios frentes, sin que en realidad se atisbe a qué afán y a cuenta de qué intereses ocultos se lleva a cabo esta persecución. No hablo con José María desde el maravilloso funeral que ofició por el común amigo Tati Valdés (que en paz descanse), donde sólo cruzamos unas cortas palabras que eran las que procedían en esos dolorosos momentos, por lo que nada me ha contado de esto que aquí refiero, quizá porque él sabe que las cosas más bonitas de la vida son las que te callas.

Conviví varios años con Bardales en nuestros tiempos de la Escuela de Entrenadores -donde él era profesor de Psicopedagogía- y, por ende, también en las actividades del propio Colegio de Entrenadores, y la relación era mucho más fluida lógicamente, lo que me llevó a un conocimiento más profundo de su personalidad. Pasado ese tiempo, sólo tuve relación con él en actos derivados de su pastoral como párroco, en los bautizos y primera comunión de mis hijos, y otros menesteres que no hace falta enumerar.

Por eso y porque creo conocer la forma de actuar y proceder de Bardales -observen que no me sumerjo en otros aspectos que podrían dimensionar mucho más su actuación en pro de los demás-, me extraña esos aspectos negativos hacia su persona, como cuando se le concedió el premio de La Calzada o el reconocimiento del Instituto de La Calzada, donde impartió su espléndido magisterio. Críticas fuera de lugar, a mi modesto entender, amén de esas llamadas anónimas tan poco agradables criticando de forma vergonzosa y cobarde su proceder. Como siempre pasa en estos casos, cuando nos demos cuenta de la relevancia de José María Bardales, quizá no tengamos tiempo de poder agradecer todo lo que este hombre ha hecho por los demás. No obstante, quisiera recordar lo que decía Edmun Burke: «Hay un límite en el que la tolerancia deja de ser una virtud».