Han vuelto a abrirse, por cuarta vez, con solemnidad y boato, las hermosas puertas del que fue viejo teatro Dindurra, que desde 1942, lleva el honroso nombre de teatro Jovellanos.

Llevó el nombre de Dindurra, su propietario constructor, en aquella primera andadura que se inició, entre vítores y aplausos sin fin, la noche del viernes 28 julio de 1899 y terminó «manu militari» un infausto 14 de octubre de 1937, cuando el coliseo fue bombardeado y destruido por la gloriosa acción de la aviación nacional, que con sus bombas preparaba nuestra villa para su liberación, fiesta local recuperable, que en adelante, y hasta dos años después de la muerte del «bombardeador», se celebraría en la villa cada 21 de octubre, en conmemoración de aquel jueves 21 de octubre de 1937, que unos gijoneses tanto esperaron, y otros, con razón, tanto temieron?

Hermosamente reconstruido, se volvió a inaugurar el coliseo de Begoña la tarde noche del día 7 de agosto de 1942, merced a la importante inversión de la firma minera Ortiz Sobrinos, muy vinculada a la villa, con una representación algo más que mediocre de «Rigoletto».

Ni que decir tiene que la inauguración constituyó un gran consuelo social y cultural para las gentes de bien, todavía con el susto dentro del cuerpo, realzado, al decir de la prensa diaria de la época, «por la presencia de las autoridades provinciales y locales y público distinguido de toda la provincia».

En 1989, con la municipalización del teatro, se inició la tercera etapa, que supuso una importante renovación que no deslució algún ahorro inoportuno; y en estos momentos estamos en los compases iniciales de este cuarto tiempo de nuestra sinfonía inacabada, que vuelve a vestirse de gala gracias al «plan E» del señor Zapatero, quizás el primer paso en el camino que ha de llevarnos hasta el momento solemne de los fastos del II Centenario de Jovellanos, cuando en el convento de las Reverendas Madres Agustinas Recoletas, ¡ay, señor!, ni hayan comenzado las obras del gran Museo.

El primer Jovellanos, en la calle de su propio nombre, un Real en pequeño, se levantó con planos del señor Coello, y con importantes sacrificios particulares y municipales, y se inauguró en el mes de febrero del muy remoto 1853, con una representación de la compañía dramática de la señora Chimeno y del señor Lumbreras.

Resistió aquel Jovellanos hasta que al cumplir los 81 años acordó el municipio declararlo amortizado, y procedió a la subasta del local, que remató el Banco de España para convertirlo en su sede, siendo hoy Biblioteca Pública...

Don Armando dejó dibujado aquel primer teatro de la villa de Sarrio, bañada por el mar Cantábrico, en su «Cuarto Poder», como «no limpio, no claro, no cómodo, pero que servía cumplidamente para solazar en las largas noches de invierno a sus pacíficos e industriosos moradores. Estaba construido como casi todos, en forma de herradura. Constaba de dos pisos a más del bajo. En el primero, los palcos, así llamados Dios sabe por qué, pues no eran otra cosa que unos bancos rellenos de pelote y forrados de franela encarnada colocados en torno al antepecho. Para sentarse en ellos era forzoso empujar el respaldo, que tenía bisagras de trecho en trecho, y levantar al propio tiempo el asiento?». Albergaba, con discreta comodidad, 160 butacas, 32 palcos y 500 asientos de anfiteatro y galerías.

En sus 81 años de vida, el primer Jovellanos vio y oyó de todo. Desde grandes funciones dramáticas a los abonos de ópera, no faltando notables conciertos y, por supuesto, siendo frecuentes las galas benéficas que los aficionados locales ofrecían a sus amistades y seguidores para recaudar fondos para las mil necesidades que el vecindario menos favorecido, mayoría natural, padecida cada dos por tres. Allí se estrenó el cine de forma estable, y no como atracción de feria.

Allí se reunieron una y otra vez las fuerzas vivas en sus frecuentes «magnas asambleas», misas mayores cívicas, ofrecidas en aras del constante progreso local. En uno de sus palcos, según las malas lenguas, Eladio Carreño y el señor conde de Revillagigedo urdieron artimañas supersecretas en perjuicio de la candidatura republicana del buen Felipe Valdés, y a favor de los proyectos muselistas? Allí, en una fiesta de Inocentes, su empresario, Macario Menéndez y Jove Huergo, escandalizó al Gijón conservador, monárquico y devoto, haciendo salir a escena a dos hermosos burros a los acordes más que solemnes de la «Marcha real».

Cuando ya el Jovellanos andaba alicaído y cerrado temporalmente, surgió, en tan solo diez meses, en el jardín de Begoña el magnífico teatro Dindurra, en el solar de un teatrillo anterior, El Cómico, que el señor Manuel Sánchez Dindurra, el empresario de los mil milagros, había instalado en 1893 en los bajos de una casa propiedad de la abuela de su señora, María García-Rendueles y Fernández Castañón, que en sus días fue, la pobre, tachada de simple.