Que un viejo edificio que se hunde sin víctimas reclame su lugar como noticia en las mismas páginas donde se despliega la obscenidad de la devastación en Haití suena a broma macabra, pero no lo es. En principio, se explica por las modulaciones de lo noticiable según la escala; y a escala local, lo primero es noticia. ¿Y ya? En la prensa haitiana un suceso como éste no merecería más allá de un breve ni movilizaría debate alguno sobre responsabilidades; y eso que el estado de la casa haitiana seguramente sería más ruinoso que el de aquí, y seguramente hubiera estado incluso habitada. En sitios donde el colapso es la forma común de vida se requiere que la magnitud del derrumbe alcance cierta masa crítica para saltar a los medios y a las conciencias. Y aun así, la reacción del mundo es sólo espanto y compasión; el debate sobre responsabilidades -en el cual ya nadie planteará en serio el teológico, como cuando Lisboa tembló en 1755- va a durar más en las páginas de Local en relación con los cuatro cascotes de Moros que en las de Internacional a propósito del apocalipsis haitiano.