El día de Reyes a eso de las 12, mientras Ramonín, el xienru de Vitorón, con un frío que pelaba, se daba su reglamentario chapuzón, servidor, de guantes y con el «slam» calado hasta las cocochas, echaba un vistazo al arenal de nuestra incomparable bahía. En la escalera de Díaz Omaña se necesitaba piolet carbayón para acceder al recinto de duchas; en la rampa de la 5 no había problema pero, ¡ay, amigo! en las escaleras 6 y 7 el acceso era imposible, salvo con zancos, y en la 8 el tránsito volvía a ser relativamente fluido. A la vista de lo contemplado (rocas ignotas, pilastres de madera entre la 6 y la 7, flujo constante de agua por un furaquín entre las citadas escaleras y etc...) quedaba «blanco y en botella» que Peltó, cuando menos, llevaba parte de razón. Así las cosas, y a pesar de que las mareas son especie conocida para los muchos que a diario contemplamos o disfrutamos la playa, está claro que algo está pasando con nuestro arenal.

En mi condición de modesto aborigen, de este antojo de la naturaleza llamado Gijón, y como playu de pega (según Víctor Labrada) dado que vine al mundo a mitad de camino entre la rampla y la escalera 3, quiero y deseo saber qué coño está pasando con nuestra otrora maravillosa concha que llegó a lucir bandera azul.

PD: Mi condiscípulo y amigo Ramón María Alvargonzález quien, si recuerdan, con una conferencia que dio en compañía del arquitecto Rañada, desbarató la 3-C, ya me dijo este verano en el agua: «Alfonso, tenemos que aprovechar, pues la playa va a ser un pedreru?» Lo dicho: «Queremos saber».