La demagogia la carga el diablo, y a los controladores les pasa lo que al coronel de García Márquez, que no tienen quien les escriba. Quien les escriba favorablemente, quiero decir, porque para hacerlo mal a cuenta de sus supuestos privilegios hay legión, empezando por todo un ministro, que se ha permitido la sobrada de revelar a pleno pulmón sus salarios. Tampoco van a ser todo desventajas, seguro que a cuenta del follón ahora ligan más. Las mamás de opositores a notarías solían alertar a sus vástagos frente a las niñas de buen ver que, según decían, rondaban los tribunales para cazar algún pardillo recién aprobado. Conozco muchos notarios, y notarias, y está claro que la mayoría nunca escuchó a su madre. Lo siento por ellas y ellos, se acabó el «sex appeal» notarial. Han aparecido los controladores.

El ministro se cree Maquiavelo. Piensa que los ha enfrentado a España toda. Algo de razón tiene. El Ministro no es inteligente, pero es gallego y sabe leer las líneas torcidas de la malicia nacional. El español rezuma envidia. La envidia nos la inyectan en el útero y se consolida cuando nos dan el carné de identidad. Incluso los nacionalizados la sienten; en cuanto juran la Constitución se les pone una cara de envidiosos que tira de espaldas. Por eso el Ministro se ríe tanto ahora. Como un pillo. Piensa don Pepiño que tiene a toda España apoyándole en su pulso porque no hay hijo de vecino que perdone esos trescientos mil eurazos. Pero creo que el señor Ministro patina en un incierto barrizal. Los enemigos de mis enemigos no son mis amigos. No en España, donde todos somos enemigos de nuestros amigos.

El español quiere que todos ganen menos: notarios, políticos, controladores, empresarios, abogados, fontaneros. Todos menos él mismo, claro. Pero ya se encarga él de reparar la injusticia de forma privada escaqueándose todo lo posible y llevándose a casa hasta el papel higiénico del trabajo. Pero lo que el español de verdad no quiere es que le jodan las vacaciones. Y lo que el Ministro más debería temer es que los controladores sientan ganas de demostrarnos a todos lo importante que es su trabajo haciendo que los aviones no despeguen o se caigan. Si se monta el pollo en Barajas, el Prat o Ranón será usted el responsable como ministro de Fomento, por más que luego les eche la culpa a ellos.

Con el sueldo de los controladores ocurre todo lo contrario de lo que ocurre con el suyo. Su sueldo (y su futura pensión vitalicia) se la pagamos todos, a los controladores, los usuarios de sus servicios. Cuando aún no era ministro y le preguntaron a Rajoy cuánto ganaba en un programa, vino usted a afearle la conducta diciendo no le importaba reconocer su sueldo como diputado y secretario general del PSOE: 8.000 euros al mes. ¡8.000! Y lo dijo con la rotundidad del que vive felicísimo en la inopia de la política sin darse cuenta de que eso era una ignominia. Usted no era licenciado siquiera cuando hizo esas declaraciones, no había aprobado unas oposiciones y ni dirigido una empresa. No ha doblado usted el lomo a las órdenes de nadie para construir, vender o reparar. Resumiendo, no ha dado usted un palo al agua en su vida. ¿No se da cuenta de que, puestos a ofender, ofende más ganar 8.000 euros por nada que el doble por controlar el tráfico aéreo echando horas extras?

Tal vez crea que ganará la batalla porque ha encendido los ánimos de la envidia de Juan Español contra unos profesionales que hacen bien su trabajo. Porque eso no lo discute nadie. En España no se teme que los cielos estén descontrolados, pero todo el mundo abomina de los políticos. Si se parase a pensarlo, se daría cuenta de que es usted quien pierde en la comparación. Somos envidiosos, cierto, pero no tontos. Los aviones son una cosa seria. La política, no. La demagogia tiene también riesgos. ¿Ministros o controladores? Buena pregunta. La importancia respectiva es fácil de comprobar. Sólo tenemos que imaginarnos un día en España sin controladores aéreos. Bien, pues ahora imaginemos uno sin ministros. ¿Verdad qué cambia el panorama?