Si a bajamar «todo aparez», como entonan los de Cimadevilla, el reflujo de la marea de los últimos días, que ha dejado la dársena de La Barquera como un albañal, debería sacar a la luz sapos, culebras y otros cadáveres bajo la alfombra marina en retroceso. Cuando el mar de Gijón se bate como esta semana en retirada es capaz de mostrar al desnudo hasta los sobrecostes de El Musel. Y habilitar espacio de llanura para otro vertedero de Serín, con tanto vidrio, plástico e innumerable desperdicio que acumula un océano próximo que hemos convertido en cloaca de una noche de fiesta. De persistir mareas tan bajas, la autopista del mar entre Gijón y Nantes la acabarían surcando camiones que transportan barcos, en vez de embarcaciones que cargan y descargan contenedores. Estos cambios del nivel del mar producidos por las fuerzas gravitacionales nos vuelven a todos un poco lunáticos, tal que nos da por creer que se puede encarrilar el metrotrén y reducir el déficit de Emtusa.