Al emperador romano Cayo César, hijo de Germánico, los soldados imperiales le dieron el sobrenombre de Calígula, a causa de los zapatos militares (caligae) que había llevado siendo niño cuando acompañaba a su padre, héroe militar.

Su corta historia admite dos partes contradictorias: una admirada y de buen gobernante y otra detestable. ¿Fue un espíritu desequilibrado y enfermo? Políticamente, su principal locura fue pretender en la Roma de tradición inveteradamente republicana una monarquía oriental análoga a la del Egipto de los Tolomeos, de aquí su obsesión de hacerse adorar como un dios.

En torno a esta figura, nimbada por múltiples leyendas -¿hizo cónsul a su caballo?-, Camus la recrea y la consagra teatralmente como un símbolo, un arquetipo.

Utiliza el entorno histórico del personaje: su pasión por su hermana, el círculo de principales que le rodean y se humillan ante los atropellos de su despótico poder y la conjura final que le lleva a la muerte, la cual presenta cierta similitud con el magnicidio de Julio César. El mérito de Camus es que se eleva de ese sustrato histórico y moldea un personaje universal, presentándole con todas las contradicciones y sentimientos que acompañan a la naturaleza del hombre: la ambición del poder, el odio, el miedo, la crueldad, el amor y la soledad, y en definitiva el ansia de inmortalidad o temor a la muerte. Todos los problemas que supieron abordar genios de la literatura: Cervantes, Shakespeare, Goethe.

La obra mantiene también una sátira a la sociedad actual: «Se necesitan veinte para convertir a un senador en un trabajador».

La compañía «L'Om Imprebis» tiene acreditada su solvencia artística, recientemente nos ofreció un buen espectáculo en una versión del «Don Juan» de Tirso de Molina. En esta ocasión también resulta aceptable. Dulcifica la tragedia original y aunque respeta el texto, le acompaña de música en vivo, con violoncelo y tambores que la hacen más apropiada a la sensibilidad del espectador actual.

Sobresale la actuación del actor Sandro Cordero, en el papel de Calígula, si bien nos hizo recordar la interpretación magistral de José María Rodero en la misma obra y dirigida por José Tamayo.

Muy correcta la escenografía y el vistoso vestuario completando una excelente representación que consiguió el beneplácito del público que llenaba el teatro.

Como reflejo del existencialismo muy peculiar de Camus, al final de la obra y cuando los conjurados al frente de Querea están apuñalando a Calígula, éste, en medio de sus estertores, logra decir «todavía estoy vivo».