Algunos hábitos persisten del Gijón romano, esa Gigia que gobierna desde el extremo occidental del paseo marítimo la efigie imperial de Augusto, a cuyas espaldas se reúne cada matinal, en hemiciclo, el Senado local, «senex» playu de jubilosa jubilación, para poner arreglo al mundo conocido. Un grupo de paisanos de nívea cabellera y singular «auctoritas» discute en presencia mayestática del emperador acerca de las grandes cuestiones de la ciudad-estado: el Sporting y la pérdida de arena de la playa. De las termas de Campo Valdés permanece el gusto por el baño público; y del recuerdo de «hypocaustum» calefactor surgió la avidez por el tórrido yacuzzi del moderno balneario. El afán de recreo de Veranes dio pie a las arquitecturas patricias de Somió. Hace unos meses, los arqueólogos hallaron, en perfecto estado, una silla romana de hace 1.500 años, metáfora de lo que en esta ciudad suele durar el ánimo de cónsules, pretores y ediles por permanecer sujetos a la poltrona.