Irene de Caso Ojea (Colegio Liceo, 12 años)

Era una fría mañana de mayo en Abrios, una pequeña aldea. Desde hacía cuatro meses el sol no brillaba y la gente comenzaba a desesperarse. Desde su ventana Abby podía ver el pueblo donde había vivido tantas aventuras reducido a una gran masa de agua. Los habitantes de Abrios, al igual que Abby, miraban esperanzados sus ventanas contando con que algún día los rayos del sol volverían a lucir.

Abby, cuya afición era la poesía, estaba sentada en su cama escribiendo, era la única forma de expresar su tristeza: «Y lloró pensando que la causa no es digna de mis lágrimas, que cuando una lágrima cae al aire cae con ella una perdida esperanza. No es digna de mis lágrimas esta causa, pero mientras lo reflexiono sigo llorando».

Abby cerró su cuaderno al comprobar que de sus ojos brotaban dos lágrimas que llevaban toda su tristeza. Era inútil, no podría volver a correr por las calles de Abrios, ni ver el primer rayo del sol de la mañana, todo era inútil, sus padres querrían marcharse pronto y tendría que dejar atrás todos sus recuerdos y su infancia.

Salió a la calle bajo su paraguas granate, era el único «techo» de la calle, su pobre paraguas que había soportado las eternas lluvias de Abrios. Abby observó en el cielo una nube redonda y le vino el recuerdo del sol, brillando sobre las casas de Abrios y calentando el agua de la playa donde había pasado tantos veranos.

Abby corrió, había tenido una idea. Se sentó de nuevo en su cama y abrió el cuaderno. Quiero volver al pasado, sentir bajo mis manos las cosas que olvidé. «El sol de la mañana empaña mis recuerdos, mis ganas de seguir adelante, por eso quiero quedarme allí, distante y soñadora, disfrutando de minutos, horas y sintiéndome impotente al despertar, sentir que lo que quedó en el pasado pasado está».

Su madre entró en su cuarto y dijo:

-¿Puedo pasar?

-Sí, claro -contestó Abby-, ¿qué quieres?

Su padre también pasó, se sentó al lado de su esposa, que fue la que tomó la palabra:

-Nos vamos a ir de Abrios, el temporal no es el que queremos y no podemos seguir aquí encerrados atechados bajo paraguas. Ésta no es la vida que buscábamos cuando vinimos aquí.

Abby no se sorprendió, pero la tristeza inundó su corazón al igual que la lluvia había inundado las calles de Abrios. Barcos de papel empezaron a caer de las ventanas a su paso, llevaban escritos mensajes como: «No lo hagas», «Abandona tu plan», «Ése no es tu destino»?

Hizo caso omiso de esas palabras y siguió con su camino, era extraño, ¿un barco de papel que hablaba? Era imposible, corrió hacia la playa y subió al acantilado más alto, ¿para qué? Eso no lo sabía ni ella. Un impulso repentino la impulsó a lanzarse al mar y de un salto se fue del suelo para pasar a formar parte del aire y pronto del agua. El impacto fue enorme y Abby cerró los ojos con la esperanza de notar así menos el dolor, todo empezó a dar vueltas y Abby se encontró en su cama, tirada, ¿durmiendo?

Se despertó y abrió la ventana, el sol brillaba en el cielo y Abby dibujó por primera vez en mucho tiempo una sonrisa en su cara. Cogió su libro de poesías y escribió: «Con mis recuerdos podría llenar una vida, / con mis anhelos un libro, / pero no podría llenar ni una carta contigo. / Porque no me valoras, / yo permanezco en el olvido. / Siento latir mi corazón al verte. / Soy igual que un niño. / Su esperanza se rompe a poco. / Su ilusión al mínimo. / Pero mi niño ha crecido / y he de seguir mi camino. / Sé que algo de ti me queda. / Sé que estoy en tu destino. / Pero hasta entonces una palabra, / distancia, te pido».

Cerró su libro satisfecha y de pronto recordó una de las frases de aquellos extraños barcos: «El olvido es el lugar al que van las cosas que nunca mueren del todo, porque cuando dices olvidar realmente recuerdas con más fuerza». La frase estaba en lo cierto, el sol permaneció en el olvido a lo largo del sueño, sin embargo, su alma siempre lo tuvo presente.