J. M. CEINOS

El coleccionable «Historia de Gijón» de LA NUEVA ESPAÑA llega al cuarto tomo de los doce de que se compone la obra, que los domingos se pueden adquirir con al precio de 5,95 euros. Si fue Carmen Fernández Ochoa la encargada de escribir el tercer tomo, dedicado a Gijón durante su etapa romana, los dos próximos domingos será la langreana Isabel Torrente Fernández, profesora de Historia Medieval de la Universidad de Oviedo, quien traslade a los lectores a la Edad Media.

Primero, a la Alta Edad Media, etapa de transición entre la desaparición del Imperio Romano y la cristalización de la monarquía asturiana, y después a la Baja Edad Media, que es la etapa más oscura de la historia de la ciudad tras su incendio en el siglo XIV.

En su obra, Isabel Torrente Fernández comienza explicando la decadencia y desaparición del orden romano y la llegada de los pueblos llamados bárbaros. Pero en el siglo VIII, con la decadencia del reino visigodo, la llamada «ciudad marítima de Gijón» se convierte, tras la invasión musulmana de la Península Ibérica, en sede del gobierno de los invasores de Asturias acaudillados por Munuza.

Tras la derrota musulmana en la batalla de Covadonga se forma la monarquía asturiana, que nunca haría de Gijón su sede regia, en favor de Cangas y de Oviedo. Pero lo que merece atención en esa parte de la historia de la ciudad, y que recoge Isabel Torrente Fernández en el cuarto tomo de «Historia de Gijón», son «los ataques normandos» a las costas asturianas. Estas incursiones bélicas propician, escribe Isabel Torrente, «la construcción, por parte de Alfonso III (866-910), de murallas en torno a los edificios religiosos de Oviedo, el templo de San Salvador y las basílicas adyacentes, templos que, junto con el de Compostela, quizá constituyesen los principales objetivos de los sorpresivos ataques normandos, de ahí su merodeo por las costas astures y galaicas». Gijón, entonces, con buenas murallas defensivas, parece que se libró de ser saqueada por los piratas normandos.

En el cuarto tomo, Isabel Torrente Fernández divide en dos grandes apartados su estudio de la historia de Gijón en la Alta Edad Media. En el primero, explica, precisamente, el declive del Imperio Romano y la «cristalización de los reinos germánicos», la llegada de los musulmanes y la monarquía asturiana, mientras que en la segunda se centra en realizar un pormenorizado estudio de Gijón entre los siglos X y XII.

En este sentido, describe el territorio (valle y alfoz), la villa y sus actividades económicas, entre ellas la pesca de la ballena, estudia las iglesias y monasterios, esenciales para entender esa etapa de nuestra historia, así como la sociedad bajo el dominio señorial. Y en el territorio de Gijón, leemos a Isabel Torrente Fernández, «desde el siglo X al XII van haciendo acto de presencia documental varios núcleos de poblamiento, muchos de los cuales son calificados explícitamente de villa, así, entre otros, Aroles, Ceares, Contrueces, Jove, Lleorio, Natahoyo, Baones, Arroyo, Caraveo, Mareo, Fano, Puao, Robleo, Sotiello, Castiello, La Pedrera, Deva y Santurio» y «en torno a estos núcleos de poblamiento se organiza la producción económica».