Quiero que mis primeras palabras sea de agradecimientos a la comisión de Amigos del Natahoyo que ha tenido la generosidad de organizar este acto en el que me veo convertido en protagonista inmerecido. Gracias también a todos vosotros pro vuestra asistencia.

Voy a reunir algunos de mis recuerdos del barrio, del barrio de Natahoyo, con los de parte de mi vida vinculada al mismo, especialmente en la década de los años 40 hasta casi finales de los 50. (...) Partiendo de aquí he tenido la inmensa suerte de recorrer mundo con responsabilidades empresariales. Son estos recuerdos para un día tan especial como este almuerzo que organizáis los Amigos de Natahoyo, a quienes animo a perseverar para que sigan fomentando estos encuentros en los que se cultiva un bien tan preciado, como es la amistad.

Bien ¿Y qué es el barrio? ¿Mejor dicho, qué era el barrio? Estoy seguro que muchos de nosotros daríamos definiciones bastante distintas y todas reales. Dependería simplemente de las fechas y de las circunstancias que nos haya correspondido vivir. Así que, de una manera un tanto deslavazada, me limitaré a recordar lugares y personajes que surgen de mis recuerdos personales referidos a un lugar entrañable donde han transcurrido años fundamentales como los de la niñez y adolescencia.

Entre mis primeros recuerdos se haya el aprovisionamiento de cosas necesarias para nuestra subsistencia en años de posguerra. El agua: recuerdo aquella fuente pública que estaba junta al Cine y las grandes colas que se formaban para llevarla a las casas por los costes que se producían en un suministro vital. Y el pan: en la panadería de Lola (Los panchoneros). El insuperable olor de un pan recién horneado. Con la parte negativa del olor que aportaba el engrudo para pegar los cupones en las cartillas de racionamiento. Lo mismo podemos decir del carbón cuyas colas «regulaban» policías municipales en bicicleta denominados «Los Tres Cerditos».

El tranvía, conducido por Luis, una especie de Gary Cooper conductor que se permitía bajar la cuesta de Santaolaya a una velocidad «supersónica», pero que en realidad nunca superaría los 25/30 kilómetros por hora. Los clavos que le poníamos en la vía se encargaban de proporcionar música a su desenfreno.

Los carros de fruta de Candamo que, pasando por delante de nuestras casas en dirección a la Plaza del Sur, dejaban flotando en el ambiente un perfume de fresas, cerezas, claudias, peras, etc., que estimulaban los deseos de posesión de los amigos de la «fruta ajena». Y qué decir de los camiones cargados de carbón que, al aminorar su velocidad al subir Santaolaya, iban perdiendo parte de la carga en beneficio de los intrépidos que asaltaban su caja.

La Fabriquina «La Gloria» ¿quién no la recuerda con añoranza? Especialmente aquellas tardes de verano cuando en su muro se congregaban 20 o 30 pescadores dispuestos a llenar sus cestas con «chopes» y «muiles» principalmente. Eso sí, los pescadores de élite (Chopes) a la izquierda, y los de muiles a la derecha. En este caso porque allí desembocaban la tuberías de «La Gloria» que atraían sobremanera a esta clase de peces. Yo los recuerdo avanzando con la marea, con apenas dos dedos de agua y casi deslizándose por lo seco, mientras que los pescadores comenzaban a lanzar las cañas con la pretensión de ser alguno de los primeros en robar un muil. Los de «les chopes», más pacientes, algunos con carretes, esperaban a la media marea, con un buen cebo de quisquilla, a comenzar su pesca algo más científica.

¡Olores! ¡Brisa! Y al fondo un pedrero que seguramente reunía casi todas las especies más codiciadas del Cantábrico (xivies, pulpos, andariques, centollos, quisquillas y un largo etcétera...). Monte Coroña, Mar de Basa, lugares siempre recordados en los numerosos encuentros que he mantenido con Aurelio Menéndez, Pedro Sabando y, en los últimos años, Luis Figaredo, con nuestras nostalgias asturianas, gijonesa, natahoyenses, como fondo. Paisajes, lugares hoy desaparecidos, pero muy vivos en nuestros recuerdos.

¿Y los personajes? «El Bibi», «El Chapole», «El Chocolate», «El Chinín» (aquí presente), Alberto «El Apadatu» (gran jugador de fútbol), El «fíu» de Moreno montando en bonito caballo blanco galopando ¡cómo no! cuesta Santaolaya arriba y produciendo admiración entre los chavales. Cuesta por la que también desfilaba el «Cristo del Gran Poder» o «el Chato de la Constructora». ¿Y qué decir de Marieta, nuestro payaso del barrio? Una voz horrible pero simpática nos cantaba aquello de: «Marieta, Marieta se baila así. / Marieta, Marieta se baila así con ligereza, / Marieta, Marieta se baila así con frenesí». Y pegando un salto sobre sí mismo, concluía con un rotundo: «Marieta».

Más arriba, en Santaolaya (hoy también Natahoyo), otros personajes como «Pititi» (gran nadador), Afelio (enorme cantante), «El Gato» (con él comenzó el submarinismo), José Luis Fueyo «El Coyote» (gran persona) y tantos otros que harían interminable esta lista, llamaban nuestra atención.

Más hacia Gijón -más hacia el Este- el Padre Máximo, Hogar de San José, «les calles», el «Lavadero» y las instalaciones Revillagigedo de las que han salido tan extraordinarios profesionales de nuestra cultura industrial a muchos de los cuales he tenido como impagables colaboradores. Y qué decir del Padre Montero, en ejercicio permanente como sacerdote y médico, llegando hasta intervenciones quirúrgicas, de una de las cuales fui beneficiario directo.

Todo ello configurando un barrio industrial único, como lo demuestran la cantidad y diversificación de las empresas instaladas en el mismo en una época no tan lejana. Y si no, ahí están para demostrarlo: Fábrica de Moreda (casa nada, 3.500 trabajadores); Astilleros Duro Felguera (El Dique); Astilleros Riera; Astilleros Juliana; Industrial Alonso; Maderas Gavela; Aceitera; Fábrica de Cerveza; La Fabriquina; Avello; Larrea; T. Mecánicos Plaza; Maderas Lantero; Artes Gráficas; Constantino García; Fundición Schulz; Fundición La Nueva; Estación del Norte (hoy museo del ferrocarril); Matadero municipal; Betunes El Gallo. Y por su singularidad y por su internacionalización (tan de moda en estos tiempos): Esmena.

Y así un natahoyense, que salió muy pronto del barrio, pero que siempre lo ha llevado en su corazón, está hoy aquí con estos recuerdos disfrutando de vuestra generosidad, disfrutando de vuestra compañía y pensando que bien merece pasearse por el mundo si uno tiene bien claro dónde están sus raíces, dónde están sus efectos y dónde está el final de esta hoja de ruta que no todos tienen la suerte de alcanzar. Así que, por poder hacerlo, me siento inmensamente afortunado. Me vais a permitir que brevemente eche un vistazo a mi particular hoja de ruta para asombrarme de algunos acontecimientos que se han desarrollado a lo largo de ¡ocho décadas! Produce perplejidad ver la rapidez con que pasa todo.

-Años 30: Apenas el tiempo suficiente para nacer y ser bautizado en ambiente bélico. Parroquia de San José. Tomando el nombre del patrono y el del padre, Luis, sale la exótica combinación de José Luis. La imaginación para otras ocasiones.

-Años 40: Empieza el baile. Niñez divertida, en un enclave entre los barrios industriales Natahoyo y Santaolaya. Lugares (poco comunes para otros gijoneses que no sena los vecinos de la zona): Monte Coroña, Mar de Basa, playa del Tallerín, Cueva del Raposu. Allí, por delante, jugaron Aurelio Menéndez con sus amigos y allí, un poco por detrás, Pedro Sabando con los suyos. Siempre cerca de la mar, una constante en mi vida (mar... garide). Supongo que será verdad lo de la abuela sirena. Primera Comunión en La Colegiata del palacio del Marqués de San Esteban, hoy degradado, o ascendido, al de Conde de Revillagigedo. Escuela: Ganas y facilidad para aprender, sin problemas.

-Años 50: Adolescencia. Ingreso en la Escuela de Comercio a los 12 años. Tribunal presidido por una especie de gigante-ogro, sobrecogedor. Aprobado. En lugar de disfrutarlo, mi padre tiene una brillante idea: debo dedicar el verano a preparar y aprobar el primer curso. Así que con 12 años recién cumplidos comienzo en octubre el segundo curso de Peritaje Mercantil. Otra constante, los picos y valles de mis estudios.

Mi primera experiencia seria: En los primeros meses hago de todo en la fábrica de Moreda. Como meritorio de 15 años, me centro enseguida en el departamento de ventas, llamado «Pedidos». Explicación lógica: allí no se vende, los clientes piden y van a comprar, quieren cupos. En 1953 funciona el extraperlo también en el mundo del acero. Veranos de Monte La Reina, 57-58, divertidos. Algún mando opina que tengo espíritu militar, vaya. Alférez Provisional con el número 830 entre 3.500, tampoco es para presumir. Finalización de los estudios de Peritaje y Profesor Mercantil, éstos últimos no del todo, falta una asignatura y la reválida. Malísimas, buenísimas notas en alemán, primer contacto serio con este idioma. Llega el año 59. Plan de estabilización y serios problemas económicos que afectan al país. En la primavera comenzamos la Piscina de Santa Olaya, en terrenos ganados al mar. 15 «llocos»; entre ellos mi hermano y yo. En el verano, viaje a Alemania, carnet internacional del Estudiante que sirve para trabajar en Mannesmann como practicante. Volvería allí 14 años más tarde como director general de Boetticher y Navarro.

[Se suprime el prolijo repaso que, a continuación, el homenajeado hizo de su trayectoria empresarial fuera de Gijón]

Una última reflexión. Algo tendrá este Natahoyo, para que separados por muy pocos años, hayan nacido y vivido en él, en una especie de «conjunción astral»: Aurelio Menéndez (Ministro y premio Príncipe de Asturias), Pedro Sabando (subsecretario de Sanidad y gran profesional de la Medicina), Jaime Barrio (magistrado del Supremo), Silverio Cañada (gran editor y muy vinculado al mundo de la Cultura), Luis Figaredo (gran especialista en Derecho Marítimo), Manuel Martínez (catedrático del MEIT), Cuca Alonso y Corín Tellado. Además de los citados y otros que he omitido involuntariamente hacen de él un barrio diverso y singular. Podríamos decir que único. Termino con un recuerdo para los que se fueron y con mi admiración para los que siguen con nosotros. A todos, mi agradecimiento.