María Dolores rionda díaz Cooperante de Manos Unidas

Loli Rionda, como familiarmente se la conoce, es una mujer discreta y silenciosa. Apenas se repara en ella desde un punto de vista social o profesional, aunque físicamente sí se hace notar; es alta, de aspecto agradable y sonrisa permanente. Ahí estaba, formando parte del paisaje humano desde su puesto de recepcionista del Colegio de La Asunción, hasta que una tarde hubo de tomar la palabra para definir los proyectos de Manos Unidas para el año en curso, apoyados en el slogan «Contra el hambre, defiende la Tierra». Y la audiencia quedó prendada de sus bellas palabras, de la profundidad de sus reflexiones y del efecto que éstas producían en el corazón de todos.

Fueron como un aldabonazo en la conciencia, asestado con la única arma de su recta percepción del mundo que vivimos. Desde ese momento, la figura de Loli Rionda pasó a ser la un heroico soldado dentro del escalafón de esa mayoría silenciosa que constituye el eje de la solidaridad. Merece la pena escucharla, aunque no fue fácil. «No se enciende una luz para ocultarla, sino para que ilumine a los demás», le dije. Aceptó.

María Dolores Rionda Díaz, 1961, nació circunstancialmente en Rheydt, una ciudad alemana próxima a Bonn, donde su padre estaba cursando una ingeniería. Mayor de dos hermanas, apenas contaba unos meses cuando volvió al Somió familiar. Tras cursar el Bachillerato en el Instituto Doña Jimena, obtuvo el título de auxiliar de clínica, empleándose posteriormente en la consulta del doctor Juan Suárez Lledó.

-¿Su voluntariado ya arranca de esa época?

-No, pero conocí a un grupo juvenil que organizaba la fiesta de Reyes para las niñas del Centro Madre Isabel Larrañaga. Es la misma entidad que antes se llamaba Colegio Santa Laureana de Somió. Ocurre que cuando hubo que cerrar éste porque estaba cayendo, Matías Díaz Jove donó unos terrenos en Viesques para edificar el nuevo centro, que en realidad es una casa de acogida para niñas que sufren problemas familiares. Nosotros, el grupo juvenil, pedíamos regalos en las tiendas hasta conseguir que a cada niña no le faltara un detalle el día de Reyes.

-Pero sólo es una vez al año...

-Ya, pero me dio la oportunidad de conocer a la directora, Isabel Pello, una hermana de la Caridad del Sagrado Corazón. Entablé amistad con ella y acabó pidiéndome colaboración para cuidar el estudio de la noche de las niñas mayores; algunas incluso estaban ya en la Universidad. Accedí, pero como ese estudio comenzaba después de la cena, me veía obligada a quedarme a dormir en el centro. Por las mañanas iba a mi trabajo y los fines de semana a casa. Había muchas niñas que estaban cursando el BUP, y lo hacían en el Colegio de La Asunción.

-¿Es ahí donde se establece la conexión con su trabajo actual?

-No, aunque sí venía a La Asunción para asistir a las tutorías de las niñas. Intentábamos que vivieran un ambiente lo más parecido a una familia, que sintieran que nos ocupábamos de ellas. Para unas lo conseguimos, para otras quizá no.

-¿Eran niñas complicadas, como consecuencia de sus circunstancias?

-No, al contrario, nada les había sido fácil, por tanto estaban acostumbradas a luchar. Yo aprendí mucho de ellas, sobre todo a relativizar las cosas de la vida y darles el valor que realmente tienen.

-¿Ha seguido la pista de algunas?

-Sí, incluso mantengo amistad con varias. Están perfectamente incorporadas a la sociedad, han devenido en excelentes profesionales, o en estupendas madres de familia. Fracasos, es decir, chicas que hayan terminado mal, ninguna. El hecho de sobrevivir, de salir adelante en medio de las dificultades ya es un éxito. En el centro se vivía un clima irrepetible que a mí me dejó huella. Recuerdo que colaboraba con nosotros el juez Luis Roda y solía decir que la directora, Isabel Pello, era como la madre Teresa de Calcuta. Había un importante grupo de personalidades gijonesas implicadas en el centro.

-Pero aquello se acabó...

-Fueron siete años muy intensos, pero cada periodo tiene un final. Yo conocía Manos Unidas a través de María Elvira García Castañedo, que a su vez colaboraba en el centro Isabel Larrañaga, y poco a poco fui conociendo la entidad. Luego, al fallecer José Suárez Lledó y cerrarse su consulta, me ofrecieron la posibilidad de trabajar en el Colegio de La Asunción como recepcionista, y aquí estoy; llevo 15 años.

-Parece que las niñas son su destino.

-Me encantan, conozco a casi todas por su nombre, y es bonito verlas crecer, llegan aquí con tres años y se ven convertidas en mujeres camino de la Universidad. Con los niños me pasa igual, ya que el Colegio es mixto.

-¿Cuál es su cometido en Manos Unidas?

-Con relación al Colegio organizo las jornadas de lucha contra el hambre, que ya son características de La Asunción. Es lo que se llama el día del bocata. Se mantiene el comedor para los pequeños y el resto compra, por 4 euros, un bocadillo y una botella de agua. Esto parecería intrascendente, pero no lo es.

-¿Aunque se celebre solamente un día cada curso?

-Es suficiente, porque nos sirve para dar a conocer los proyectos de Manos Unidas, y sensibilizar al Norte sobre la realidad que vive el Sur. Aparte, este año hemos recaudado 7.800 euros, una cantidad inestimable para ese Sur. Nos regalan el pan, los embutidos, el agua... Muchos padres colaboran haciendo tortillas, o los propios bocadillos. Es una oportunidad para mucha gente de saber qué es y cómo funciona Manos Unidas. El hecho de llevar 50 años trabajando da idea de su seriedad. Se hacen auditorias todos los años y la trasparencia es total.

-El slogan dice «Contra el hambre, defiende la Tierra». Usted, ¿cómo la defiende?

-Tratando de ser ecológica. No se puede derrochar el agua, ni la luz ni los combustibles. Es necesario reciclar todo lo que se pueda, y ser cuidadoso con el entorno. Pero lo más importante es trasmitir esta idea, hacer que la gente reflexione sobre ello y tome conciencia de su comportamiento. Los cambios climáticos van a incidir negativamente sobre los más pobres, agudizando las sequías, la desertización y en consecuencia la carencia de recursos.

«Luis Roda solía decir de Isabel Pello, la directora del centro Santa Laureana, que era como Teresa de Calcuta»