Se abre el telón y aparece Marián Osácar. ¿Título de la obra? «Empieza Feten». Así se podría resumir, con estructura de chiste fácil, buena parte del quehacer anual de la directora de una de las ferias de ocio infantil más importantes de España. Mujer de sonrisa perenne y desánimo caduco, lo suyo es puro teatro. Se pasa meses entre bambalinas para gestar un certamen que ayer inició su decimonovena edición y después se convierte en una mera apuntadora que cede el escenario a multitud de grupos venidos de medio mundo para divertir a los niños durante cinco días. Cuando se apagan las luces, regresa a su retiro para preparar el próximo cartel y vuelve a ensayar la fórmula que garantice otro éxito de público.

Osácar siempre ha sido una teatrera en el mejor sentido de la palabra. Por eso, a sus cincuenta y pico y con dos nietos, está feliz de haber encontrado un sitio fijo al lado de las tablas. Desde su llegada a la Fundación Municipal de Cultura, hace más de una década, no ha parado de dinamizar esta actividad en todos sus frentes. A ella se debe no sólo el éxito de Feten, sino también la puesta en marcha de festivales como Danza Gijón, que no ha parado de crecer en aceptación popular desde que dio los primeros pasos. «Todo lo que tenga que ver con la actuación, le chifla», dicen los que la conocen, que son muchos y todos vinculados al mundo de la promoción artística.

Su matrimonio con la interpretación es anterior a su relación con el actor Felipe Ruiz de Lara. Por entonces, ella era una joven alumna de la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid y él deambulaba de compañía en compañía por los teatros de la metrópoli. Sólo hizo falta que surgieran un par de conversaciones y otras tantas puestas en escena para que saltara la chispa. Osácar interpretaba el papel de recién «regresada» a la capital, después de haberla abandonado de niña junto a su madre para pasar toda la infancia y adolescencia en Gijón, una ciudad que la impregnó para siempre y a la que, aunque casi nunca lo reconocía en público, siempre tuvo claro que quería volver para bajar a la arena y ponerle algo de sal a su prometedora carrera de artista.

Lo consiguió unos cuantos años después de acabar la licenciatura, hace ahora casi tres décadas. Entonces, aterrizó en la Universidad Popular y empezó a impartir clases de mil y una técnicas relacionadas con la declamación, el lenguaje corporal o la agilidad gestual. Una tarea que la sedujo desde un primer momento, pero que la apartó casi definitivamente de los escenarios después de haber formado parte del elenco de varias obras.

Pero lo que la UP no le impidió fue alternar su nueva faceta de docente con otra también novedosa para ella: la de directora. Así, participó en montajes como «Los Cuernos de Don Friolera», «El Maestro», «Las Planchadoras», «Dinero», «El emperador de China» o el «Paño de Injurias». Además, se hizo cargo de aleccionar a los intérpretes de las compañías gijonesas «La Galerna» y «Zarabanda» durante varias etapas.

Tras la absorción de la Universidad Popular por parte de la Fundación Municipal de Cultura, Osácar pasó a engrosar la lista de funcionarios municipales que dirigen el multifacético organismo. El nombre de los cargos que ha ocupado han ido cambiando a lo largo del tiempo -el de ahora se llama jefa del departamento de Promoción de las Artes-, pero su idea de cómo debe ser el teatro en Gijón sigue siendo la misma: abierto a todos los públicos y a través de sus infinitas posibilidades. Tantos años de gestión la han obligado a tratar con gentes de todo pelaje y a luchar con el concejal de turno para rascar hasta el último céntimo del presupuesto. Tanto unos como otros la recuerdan como una mujer entregada a la causa y que sólo finge cuando, al abrirse el telón, le invade lo dramático.