La capitalidad cultural europea, distinción que se inventó Melina Mercouri en 1985, es una marca de calidad, con pedigrí, a la que pueden acceder ciudades con un relevante patrimonio histórico que, además, estimulen la participación de los ciudadanos en la cultura y promuevan un diálogo constructivo. Que Oviedo, Gijón y Avilés vayan de la mano en esta iniciativa es un buen comienzo para futuras andaduras contra imaginarios cercos y viejos fantasmas territoriales. Se trata por tanto de una oportunidad y de un ejercicio de entendimiento entre tres ciudades animadas a hacer región, dispuestas a sumar, no a restar o a dividir, para acabar multiplicando. Que una región, encabezada por una ciudad, puede optar a este galardón supranacional lo vemos este año, con la concesión de la capitalidad europea de 2010 a Essen y a la «olla» del Ruhr, cuenca siderúrgica y carbonera, territorio alemán que ha conseguido limpiar, con el papel de brillo de la cultura, las últimas manchas de carbón de sus calles.