Es uno de los temas de más actualidad y, sin embargo, creo que todavía existe una gran desinformación al respecto. Seguramente no es casualidad, porque lo único que nos han dicho es que el actual vertedero está a punto de agotarse, y que no existe más salida que construir una incineradora. Y además, ya. Y en cambio, por lo que he investigado -que tampoco ha sido tanto, la verdad-, tengo para mí que es una solución que no nos conviene. Ni ahora ni nunca.

La incineración es la combustión, en presencia de oxígeno, de residuos, para convertirlos en gases sólidos inertes -cenizas y escorias-, con el objetivo principal de reducir su volumen (la reducción supone un 80%, aproximadamente). Sin embargo, este proceso, en el caso de los residuos sólidos urbanos, plantea numerosos problemas. Vamos a ver los principales.

De entrada, quedaría sin destruir el 20% de los residuos. Es una parte reducida del total, pero un volumen enorme de toneladas, en todo caso.

Gran parte de las cenizas escapan al sistema de filtros de seguridad, liberándose productos muy peligrosos, como dioxinas y furanos.

Entre los residuos sólidos no destruidos -escorias y cenizas- se encuentran los metales pesados, que son altamente tóxicos. Aunque los gases se filtren, es fácil que entre los humos se dispersen las cenizas de estos metales, y a través de las corrientes atmosféricas pueden ser inhaladas por personas y animales, y alcanzar lugares, próximos o lejanos -a veces muy lejanos, y no lo están de Serín importantes núcleos de población-, donde se depositen, contaminando suelos, pastos, agua, etcétera. Especialmente tóxicas son las partículas en suspensión derivadas del aluminio y el plomo, que al no degradarse ni química ni biológicamente se acumulan en las cadenas tróficas, y ocasionan graves problemas de salud en los seres vivos.

Aumento del efecto invernadero, agujero en la capa de ozono y lluvia ácida.

Nos dicen también que la inversión para la incineradora es tan cuantiosa que nos va a incrementar varios euros los gastos mensuales a cada hogar asturiano. Creo que no están los tiempos para derrochar, y ya es desgracia hacerlo para que además te envenenen.

Hemos visto las principales razones que sin lugar a dudas desaconsejan la construcción del gran horno. Pero queda una pregunta nada insustancial en el aire: ¿qué hacer con la basura?

Por más que en los últimos años vengan ayudando -y hasta demasiado- las gaviotas, es un asunto demasiado grave para ignorarlo. Lo que ocurre es que se generan basuras en todas partes, y para tratarlas casi nadie opta ya por la solución que han elegido aquí. Y menos en esta parte del mundo tan civilizado que habitamos. Entonces, ¿por qué este empeño? Como es natural, a esta pregunta sólo pueden responder los autores de la idea. A uno se le ocurren algunas respuestas, pero prefiere guardarlas.

En otros lugares han encontrado soluciones, y si existen, también debemos hallarlas aquí. Hay que buscar otras vías, y olvidarse del horno suicida. Según casi todos, la mejor alternativa pasa por fomentar el reciclaje. Hay ejemplos en otras comunidades del Norte, y hasta esa ventaja tenemos: sólo es cuestión de copiar. Lo malo es que aquí parecemos empeñados en imitar sólo lo peor: industrias altamente contaminantes, destrucción de la montaña, degradación de la costa?, y ahora esto. Menos mal que parece que ya nos vamos dando cuenta del peligro del proyecto, y que ya hay unas cuantas asociaciones ciudadanas que se oponen a él. Los que siguen sin querer enterarse son los padres del invento, que ahora, al ver el revuelo, tratan de contentarnos vendiéndonos un horno más pequeño. Un truco demasiado viejo, que no cuela. Porque no convence que quieran envenenarnos más despacio.