Hace ahora diez años quien esto firma estaba realizando un trabajo de investigación patrocinado por la Fundación Alvargonzález con el fin de identificar la obra del arquitecto Miguel García de la Cruz y Laviada (Gijón, 1874-1935).

De entre el medio millar de intervenciones vinculadas a este tracista que fueron localizadas, la correspondiente a su participación en la construcción de la residencia de los Jesuitas y del anexo templo del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesiona, se convirtió en un asunto especialmente complejo de analizar debido a la dificultad existente para deslindar con claridad quién era el responsable del diseño definitivo de la fachada principal del templo, ya que Joan Rubió i Bellver, el arquitecto autor del proyecto, residía en Barcelona y su presencia en Gijón durante el desarrollo del mismo fue anecdótica.

Por otra parte, la participación directa de García de la Cruz en la ejecución de esta obra quedaba constatada por su nombramiento como arquitecto director, por la existencia de planos con el diseño definitivo de las fachadas de la residencia firmados por él y hasta por su participación destacada en el acto de colocación de la primera piedra. Con estos datos, y sin estar disponibles en aquel momento fuentes documentales que aclarasen la cuestión, la hipótesis entonces defendida por parecer la más lógica fue otorgarle la corresponsabilidad del diseño del templo, aunque hoy puede comprobarse que esa conclusión no era la correcta.

Casualmente, también en el año 2000 se materializó la cesión del archivo particular de Rubió i Bellver al Archivo Histórico del Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña, documentación que se puso después a disposición de los investigadores. Sus fondos incluyen la correspondencia enviada a este arquitecto por Claudi Alsina i Bonafont, el maestro de obras y contratista responsable de la ejecución del complejo de los Jesuitas, documentos que aportan una información capital para aclarar cómo fue el proceso de construcción del templo y cómo la intervención de Alsina fue esencial para que Rubió pudiese levantar la Iglesiona teniendo su estudio a 900 kilómetros de distancia.

Estas cartas que Alsina envió a Barcelona entre 1910 y 1916 se redactaron precisamente durante los años en los que se construye la residencia y se toman las decisiones capitales relativas al aspecto que actualmente ofrece el templo interna y externamente. Y así, en esos envíos postales fueron y vinieron entre ambas ciudades, junto a las misivas, muestras de piedra, planos, bocetos, fotografías, maquetas?, sin faltar noticias familiares y profesionales, e incluso una receta para hacer fabada, detalles que contribuyen a darles a estos textos un toque tan profesional como humano.

Aun faltando hoy la otra mitad de esta documentación epistolar, la que remitía Rubió a Alsina desde Barcelona a Gijón, lo conservado aporta datos determinantes que muestran cómo entre ambos fueron hilando la progresiva transformación del alzado inicial del templo a la calle Jovellanos, siguiendo las peticiones de la Compañía de Jesús. Esto se tradujo en la modificación de la fría traza neogótica inicial, que incluía dos torres, en favor de una compleja fachada retablo cuya coronación, la imponente estatua en mármol de Carrara del Sagrado Corazón, pasará a ser desde 1920 uno de los referentes del perfil del casco urbano.

El maestro de obras, Claudi Alsina i Bonafont (Barcelona, 1859-1934), fue, así, en la práctica el principal responsable de la singular tarea de levantar una de las mayores y más complejas obras arquitectónicas construidas en Gijón hasta ese momento.

Gracias a la monografía sobre la carrera profesional de Alsina publicada por la cátedra «Gaudí» en 2001, sabemos, además, que éste llega a Gijón ya con el bagaje de haber asumido la dirección de destacadas obras de Gaudí, como la Casa de los Botines en León, y que se instala en Gijón al calor del auge inmobiliario finisecular desarrollando una importante actividad en Asturias durante las dos primeras décadas del siglo XX.

En lo que atañe a la construcción de la Iglesiona, la labor de Alsina no era baladí: ejecutaba el reajuste de la obra siguiendo las constantes modificaciones aportadas por Rubió, dirigía la cantera donde se extraía la piedra, era el máximo responsable del equipo de operarios y, además, realizaba una minuciosa labor de enlace informativo entre Gijón y Barcelona. Así, el arquitecto podía estar al día de todas las vicisitudes técnicas que iban surgiendo y también conocer las peculiaridades del statu quo local, que incidían en el desarrollo de los trabajos: huelgas, suministro de materiales, captación de patrocinadores, cambios de decisiones del promotor? Puede decirse que Alsina fue las manos, los ojos y los oídos de Rubió en Gijón, permitiéndole a este mantener su residencia en Barcelona, donde tenía el grueso de su actividad profesional, mientras que a orillas del Cantábrico se levantaba una de sus mayores y más complejas obras arquitectónicas.

Si bien no se puede minusvalorar la continuada labor de supervisión que García de la Cruz hizo de las obras durante una década, no cabe duda de que Rubió i Bellver fue el responsable final de su diseño y que la profesionalidad y el buen hacer de Alsina fueron la clave para lograr su ejecución.

Queda así, una vez más, constancia de la importancia capital de los archivos, tanto públicos como privados, para conocer fielmente nuestra historia. Y, sobre todo, se evidencia la falta en nuestra comunidad de un centro de estudios sobre la arquitectura asturiana donde precisamente se recogiesen los fondos generados por los distintos profesionales de la arquitectura a lo largo de años de actividad, documentos que no pocas veces han terminado, por increíble que parezca, en un contenedor de basura.