Eloy MÉNDEZ

Desprendimiento de tejas, goteras en los trasteros, humedades en las paredes, grietas en los techos, plazas de garaje inundadas... La lista de desperfectos en los 204 pisos que Vipasa alquila en El Lauredal es casi interminable y aumenta sin parar. Desde que los arrendatarios ocuparon los cinco edificios situados cerca del cementerio de Jove hace dos años, el organismo del Gobierno regional que gestiona la vivienda pública ha recibido cientos de quejas sin ofrecer a cambio ninguna respuesta. Tampoco los responsables de las constructoras, Ogensa y Procoin, han movido un dedo en todo este tiempo. Por eso, tras clamar en el desierto durante meses, los afectados han recogido firmas para cesar al administrador de las fincas y exigir el fin de sus penurias.

«Si en tan poco tiempo las casas están así, ¿qué va pasar cuando se hagan viejas?», se pregunta Eduardo Garrido, que consiguió hacerse con una vivienda de 57 metros cuadrados tras un sorteo en el que participaron cientos de ciudadanos. Ahora, desde la puerta de su piso se pueden contemplar las humedades que llenan las paredes de los pasillos. Además, se ha visto obligado a sellar la bañera con silicona para evitar «constantes movimientos» cada vez que se duchaba. Y con la colocación de unas grandes cortinas en la ventana del salón-comedor intenta contrarrestar la ausencia de persiana. «No nos dejan poner una porque dicen que daña la estética del edificio y que es un gasto innecesario», asegura.

Asomado a la ventana, contempla las tejas que el viento derribó hace dos semanas. «Cada poco se lleva alguna, pero aquí ningún operario viene a colocarlas otra vez», se lamenta. Tampoco nadie se hace cargo de las pequeñas zonas verdes que rodean los edificios. «Hemos tenido que contratar a un jardinero para que esto no se convierta en una selva, porque Vipasa y el Ayuntamiento no se ponen de acuerdo sobre quién tiene que cortar la hierba», explica.

María Victoria Bello no ha parado de remitir quejas desde que llegó a su casa y se dio cuenta de que las tuberías del agua estaban cambiadas. «Tiraba de la cisterna y se encendía el calentador», dice. Después de casi un año de denuncias, un empleado de la constructora solucionó el problema tras abrir un boquete en el techo del baño. Desde entonces, un tupperware tapa el agujero «para que no entren en casa las ratas que andan por las cañerías».

A Diego Cándano le da miedo cocinar en su inmueble de 34 metros cuadrados porque el telefonillo está justo encima de los fogones y ya se ha llevado más de un susto. «Cualquier día lo quemo», afirma. En el techo de su habitación, una gran grieta cruza de un lado a otro. «La constructora dice que es una línea estructural, pero no es recta y sólo la tiene una pared», indica. Además, las humedades ya han hecho acto de presencia en algunos tabiques.

«Cada vez se hacen más grande», dice Miriam Rojas mientras señala con el índice los agujeros que han aparecido encima de su lavabo y que no paran de crecer, como la gran mancha negra que el agua filtrada desde la bañera ha provocado en la pared de su dormitorio. «Hemos mandado quejas y más quejas por fax, pero no ha servido de nada porque pasan absolutamente de nosotros», sostiene esta residente que, para encender la luz de su cuarto, tiene que apagar la del pasillo porque los interruptores no fueron conmutados.

La situación no es mejor en los garajes, donde ya se han producido inundaciones antes incluso de su estreno. «Dos años después, todavía no han puesto en alquiler las plazas, no sabemos muy bien por qué», lamenta Eduardo Garrido, mientras contempla el interior de los sótanos tras una rejilla. Cuando le entregaron las llaves, este joven creyó que tendría un piso para toda la vida gracias a las buenas condiciones económicas que ofrecía Vipasa a los residentes, que pagan un alquiler siempre inferior al veinte por ciento de su sueldo mensual con la garantía de ocupar la vivienda al menos durante cinco años. «Ahora, me replanteo el seguir aquí», razona resignado.