Ángel CABRANES

«A este chaval le cambiaba yo los pañales de niño y ahora está hecho un mozu». Carmen Blanco, docente de la Escuela Infantil San Eutiquio, no paraba de repartir besos y abrazos, ayer, en las instalaciones del centro en la parroquia de Castiello. Blanco fue una de las primeras profesoras de un proyecto que celebró su treinta aniversario en compañía de la gran familia que ha atesorado. Una familia encabezada por Javier Gómez Cuesta, presidente de la Fundación San Eutiquio y párroco de San Pedro; Rosario Estrada, directora del centro, y muchos de los 700 alumnos que han pasado por sus aulas en estas tres décadas.

«Ir a ver las fotografías de nuestros 30 años. A ver si os reconocéis en alguna». Como si fuera un reto, la frase de Rosario Estrada pronto encuentra respuesta entre ex alumnos de la Escuela. Con media sonrisa, buscan sus orígenes en tres grandes grandes pantallas, divididas en décadas, que proyectan imágenes entrañables. «Esta escuela fue una idea pionera, que partió de la necesidad de que las madres de familia pudieran dejar aquí a sus niños para incorporarse al mercado laboral», recuerda orgulloso Javier Gómez Cuesta a algunos de los desconocedores de la historia de la Fundación San Eutiquio, vinculada a la Iglesia de San Pedro.

A Andrea García, una gijonesa de 33 años y miembro de la primera promoción del centro, comienzan a asaltarle las anécdotas: «Nunca probé un puré de verduras como el que hacía nuestra cocinera Maruja». Cómplice de sus palabras, Pedro Caminos, que llegó a la Escuela del San Eutiquio un año más tarde que su compañera, amplía su historia: «Nada más llegar a clase nos preguntaban si habíamos desayunado. Yo siempre decía que no, así repetía». Y es que el éxito de esta comunidad de La Salle, ha sido cocinado a fuego lento.

«Aquí hice a mis mejores amigas y ahora da gusto volver a ver a gente con la que has compartido tantas cosas», afirma Lucía Sánchez, Licenciada en Bellas Artes de 23 años, tras el reencuentro con algunos de sus primeros profesores. Docentes y alumnos comparten comentarios, pero sólo uno de los reunidos puede presumir de haber estado en ambos lados. «Estudié aquí de los 2 a los 6 años y tras cursar un módulo de Educación Infantil elegí regresar aquí para hacer las prácticas. Es el mejor lugar para educar a un niño. Aulas amplias, rodeadas de espacios verdes... Es como dar clase al aire libre», desvela Héctor Rodríguez, gijonés de 22 años. «Aunque éramos pequeños no olvidamos los juegos, y alguna travesura en el campo de arena», admiten los hermanos Mauro y Estela Blanco, de 13 y 10 años, unos de los más jóvenes de la reunión. Lo hacen antes de volver la cabeza hacia el hórreo que abandera al San Eutiquio. «Venir todos, que vamos a sacar la tarta y hacer la inauguración oficial», se escucha desde dos grandes altavoces.

El llamamiento paraliza los juegos en los castillos hinchables, situados sobre las pistas de fútbol sala, y da paso a una gran reunión en torno al presidente de la Fundación y la directora del centro. «La idea de todo esto fue de Charo (Rosario Estrada). No queríamos nada en plan institucional, sino algo familiar que reivindique nuestro interés por buscar lo mejor para los niños», afirma Gómez Cuesta. La directora coge rápidamente el testigo para subrayar que: «Algo que nos ha diferenciado siempre y nos seguirá diferenciado es el hecho de ser una gran familia. Y el que se porte mal, ya sabéis, ¿a dónde se va?, a dormir la siesta».