En verano le pusieron el nombre de «Flipy» a una nutria del Acuario y esta semana se incorpora a los tanques de Poniente el bugre «Félix», que pesa 6,5 kilos y cuya carne coronaría de sabrosura una majestuosa paella. Puede que a quien llamó «Félix» al bogavante se le fuera la pinza, pero como Gijón es hoy un mar de dudas, cualquier día a las autoridades les va a dar por bautizar cada pez del Acuario con nombre propio o ajeno, en cuyo caso no habría onomástica para tamaño empeño, ya que la instalación da refugio a unos cinco mil ejemplares de 250 especies oceánicas. Lo fácil sería llamar «Tini» al elefante marino, «Santiago» al delfín, y «Pacocascos» al tiburón nodriza o al pez cirujano. Al Acuario le falta lo que le sobra a la ciudad: quimeras. La quimera es un pez de fondo y larga cola que puede alcanzar 150 centímetros de longitud. En política se trata de una mentira contada la mar de bien. Gijón es ciudad de vocación marítima, así que a nadie extrañe que los empresarios que quieren quedarse con el Chas acaben llenando el Hípico de caballitos de mar.