J. M. CEINOS

«De la noche a la mañana, hay más zonas de aparcamiento en la ciudad». ¿Qué había sucedido en Gijón para que el diario «Voluntad» publicase ese titular en sus páginas de información local del martes 12 de mayo de 1964? Seguimos leyendo y la razón era que «los autobuses empezaron ayer su reinado (que esperamos sea satisfactorio)». A cambio, la noticia certificaba la defunción del servicio de tranvías, que se había puesto en marcha el 30 de marzo de 1890.

Pero lo que a finales del siglo XIX fue saludado como una muestra del progreso de la villa, en plena expansión industrial y comercial, ya en los años cincuenta del siglo XX era criticado en los periódicos como un servicio de transporte de viajeros obsoleto y deficiente.

Por ello, no es de extrañar que en «Voluntad» los gijoneses de hace 46 años pudieran leer: «Como habíamos dicho -alguna vez teníamos que acertar-, los tranvías terminaron su "curriculum vitae" el pasado domingo (10 de mayo), a las doce de la noche. Contra lo que pudiera esperarse, no hubo nostálgicos ni serenata de despedida para los viejos amarillos armatostes desvencijados». Era dura la información de «Voluntad» con los tranvías, que «se esfumaron sin pena ni gloria. Y -casi diríamos- sin chirridos, aunque parezca mentira».

Sin pena ni gloria en una ciudad que por aquellos días era sacudida por dos sucesos que centraron la atención vecinal e informativa. El primero, ocurrido el miércoles 6 de mayo, en el Muelle, con la explosión de una caldera en la fábrica de hielo de la Rula, que estaba situada donde hoy se ubica la sala de exposiciones de la Autoridad Portuaria.

El trágico suceso había ocurrido a eso de las cinco y media de la tarde, «una tarde calurosa, con cierta neblina y placidez ciudadana», contó «Voluntad», al «explotar una caldera de amoniaco». El siniestro ocasionó un muerto y dos heridos por intoxicación de amoniaco. La explosión «se oyó perfectamente en todos los ámbitos de la población» («Voluntad»).

Y cinco días después, el 11 de mayo, Gijón era sacudida por otra explosión, esta vez en la calle de Eladio Carreño, cerca del Muro, cuando un hombre se suicidó haciendo estallar tres cartuchos de dinamita a la altura del pecho.

La víctima era natural de Gijón, nacido el 12 de enero de 1936 y, relató «Voluntad», «hijo de La Perala (...) cuyas facultades mentales se encuentran trastornadas». La mujer, muy popular, «reconoció como pertenecientes a su hijo (que había trabajado en una cantera) los pantalones, los zapatos, el cuchillo y la medalla. Respecto a los pantalones declaró que los cosidos fueron efectuados por ella».

Pero no todo eran desgracias en una ciudad que empezaba a considerarse «moderna», con una «línea del cielo» frente al Muro de nuevos y altos edificios (como Miami). El miércoles 13 de mayo se inauguró el restaurante cafetería Palermo, un acto local que desde las páginas de «Voluntad» saludaron como sigue: «Con caracteres de auténtico acontecimiento se ha celebrado, en la tarde de ayer, el acto de inauguración oficial del suntuoso restaurante cafetería Palermo, que ahí, cara al mar (al Muro), en el corazón mismo de nuestra incomparable playa, significa un paso realmente decisivo en el importante capítulo de realizaciones que está desarrollando actualmente la iniciativa privada para conseguir, en un plazo de tiempo lo más corto posible, la auténtica planificación turística en toda la Cornisa del Cantábrico».

Una ciudad que empezaba a ser moderna y en la que sobraban los tranvías. Por lo menos, en «Voluntad» explicaban el 12 de mayo que todo eran ventajas: «Lo que sí es noticiable es que de la noche a la mañana de ayer la ciudad ha ganado numerosas y espaciosas zonas de aparcamiento -véase si no la calle del Marqués de San Esteban, que ahora tiene aparcamiento triple-, concretamente encima de los carriles que el tranvía ha dejado libres (carriles que esperamos ver pronto levantados, pues son estorbo evidente)», reseñaba el diario en una información que remataba con una loa a los sustitutos de los tranvías: «Ahora, los autobuses quedan como únicos "emperadores" del tráfico de servicio público. Esperemos que su reinado sea satisfactorio».

El anuncio de la desaparición del servicio de tranvías lo había dado, en una nota oficial, el entonces alcalde de Gijón, Ignacio Bertrand y Bertrand, el sábado 9 de mayo. En dicha nota, publicada al día siguiente en «Voluntad», el Ayuntamiento informaba a los ciudadanos de que «habiéndose llegado a un acuerdo con la Compañía de Tranvías de Gijón, en cuanto a la reversión de las líneas de Gijón-Llano y Calzada-Musel, se pone en conocimiento del público que desde el próximo lunes día once del actual el servicio de tranvías quedará suprimido sustituyéndolo por autobuses de la empresa concesionaria del servicio urbano de transporte de viajeros».

Así fue. A última hora de la noche del domingo 10 de mayo de 1964, el conductor Severino Friera y el cobrador Manuel Bermúdez llevaron a las cocheras de El Bibio el último tranvía que circuló por Gijón. La unidad, de la línea de El Llano, salió a las 23.15 horas desde las inmediaciones de la antigua fábrica de Orueta, en El Llano de Arriba.

El «viejo amarillo armatoste desvencijado» finalizó su servicio en El Humedal. Luego, Severino Friera enfiló la calle de Pedro Duro. Tras realizar el cambio de agujas, el último tranvía prosiguió su recorrido por la calle del Marqués de San Esteban hasta los jardines de la Reina antes de entrar en la calle Corrida, donde Severino Friera y Manuel Bermúdez, como el segundo contó años después, escucharon los silbidos de los detractores de los tranvías y los aplausos de sus defensores.

Así acabaron 74 años de relación de los gijoneses con los tranvías; pero uno de ellos, el antiguo coche-motor número 3, pudo salvarse, aunque en precario estado de conservación. Hace unos veinte años fue restaurado en las instalaciones del Museo del Pueblo de Asturias por alumnos de las escuelas-taller municipales. Es el tranvía que se puede ver en el Museo del Ferrocarril de Asturias, en la vieja estación del Norte.