Garzón agota. Lo que tenemos ante los ojos un día sí y otro también supera los límites de una controversia jurídica. Es un circo que repite función mañana y tarde. Aburre, pero lo peor no es el tedio sino el peligro. Probablemente, usted también habrá tomado partido a favor o en contra. Está en su derecho de hacerlo como todo ciudadano permeable a la opinión publicada (no confundir con la pública). No pretendo convencerle en un sentido o en otro, pero al menos convenga conmigo en que esa misma toma de partido por un justiciable antes siquiera de una sentencia es ya una anomalía sistémica. Optamos por la condena o la absolución no por los hechos sino por los pechos. O sea, por quién es quién. Quién acusa, quién juzga y quién es acusado no debería importar en un verdadero sistema de legalidad. Pero no lo es; así que de pronto el problema no es Garzón, sino el Todo.

Hace poco recibí un correo electrónico de un antiguo profesor mío de Derecho Penal. Hoy es catedrático y asiduo colaborador de prensa progresista. Me mandaba una soflama de apoyo a Garzón suscrita por decenas de doctos abajofirmantes. Borré el mensaje como hago con el spam que ofrece pastillas contra la disfunción eréctil o milagrosos alargamientos del miembro viril. Sin embargo, éste me dejó un regusto amargo. Estas cosas a uno le pillan tarde. ¿Cómo mantener la fe en la ciencia ecuánime del derecho cuando ves a venerables juristas comportándose como «hooligans»? No tengo ni idea de si Garzón prevaricó o no, pero lo que sí sé es que o confío (o hago como que confío) en que el Tribunal Supremo es una institución primordial, ciega y sorda a toda presión, o entonces me abono al nihilismo absoluto y lo desprecio todo como Diógenes en su tonel.

Dijo Sartre que a los cuarenta años cada uno es responsable de su cara. Pues bien, Garzón es responsable de lo que le sucede ahora por jugar tanto tiempo en el borde de la cuchilla. Quizá sea inocente, pero ha actuado tanto tiempo al límite de la ley y los modos que ahora le toca ser examinado. No le niego sus méritos ni el valor. Seguro que también habrá prestado valiosos servicios al Estado. Muy bien, que se los agradezcan una vez haya sido juzgado. Que lo indulten. Si el Gobierno del PP indultó a Liaño, entonces que Zapatero lo haga también, está entre sus prerrogativas. De ese modo, el Presidente quedaría retratado en su apoyo, Garzón reivindicado y rehabilitado, y los pancarteros, resarcidos y satisfechos.

Por respeto a cada uno de nosotros, humildes paganos de impuestos, el Gobierno debería dejarse de maniobras y ser firme en la defensa de nuestro sistema legal. De lo contrario, después de la tormenta no quedará nada más que un decorado de cartón piedra. Un hombre habrá puesto en cuestión el Todo. Y el Todo habrá quedado desprovisto de la necesaria Majestad para que nos creamos que, moralmente, el Leviatán estatal debe disponer de más poder que yo y que mi vecino, y que incluso puede intervenir cuando discutimos por una linde para decidir quién tiene razón. Ya sé que para algunos botarates es difícil de entender la trascendencia de semejante pérdida de «auctoritas», pero lo cierto es que si no se cree -o al menos se aparenta creer- en el Estado y su aparato administrativo, entonces lo que tenemos ante los ojos es una pura selva y los inspectores de Hacienda no son sino simples miembros de una banda de ladrones.