La Comisión Europea le acaba de propinar una patada a España en el culo de Gijón y de unas cuantas ciudades más, a cuenta del incumplimiento de la directiva comunitaria sobre aguas residuales. El rapapolvo procede de viejos lodos, del enorme retraso que acumula el inicio de las obras de la depuradora de la Plantona, cuento de nunca acabar. El tirón de orejas europeo a la escasa diligencia en resolver el problema de la depuración pone además de manifiesto lo combativo del movimiento ciudadano de esta ciudad cuando le tocan la vihuela con decisiones a las bravas o a la torera. Los vecinos de El Pisón no están dispuestos a que los pisen o a que les pongan la planta encima: detestan que la estación de tratamiento de la zona Este se ubique en su territorio y van a defender en los tribunales intereses que consideran legítimos. Conviene que las aguas vuelvan a su cauce y limpias, no vaya a ser que las autoridades se vean obligadas a tomar asiento no en la butaca de Bruselas, sino en el banquillo de Luxemburgo.