A Severino y todos sus hermanos. A los hombres y mujeres de infinito valor que dio la minería asturiana.

Asturias, 1930. Comenzaba una década convulsa. En la aldea de La Comba, muy cerca de Carbayín Alto, en el concejo de Siero, se forja una familia numerosa de nueve hermanos, mineros de padre y madre, mineros hasta donde saben de sus ancestros. Aquella piña que serían los hermanos Canteli sobrevive a la Revolución de 1934, a la Guerra Civil española y enfrenta en los años cuarenta las muchas penurias de una dura posguerra. En este contexto de necesidad, de injusticia, de sufrimiento y de esfuerzo sin límite crecen y maduran los hermanos.

Severino Canteli es el cuarto de los nueve. Le preceden Manolo, Alvarino y Alvarina, y le siguen Isaac, Marino, Enrique, Adelina y Maruja. Los varones empiezan muy jóvenes a trabajar en los pozos El Terrerón y Mosquitera, en un punto geográfico donde los concejos de Siero y Langreo funden su cuerpo y su alma, generando un caudal de conciencia y talento único en la historia de Asturias.

El pozo Mosquitera asistirá en sus entrañas a la odisea de seis hermanos que -como un solo hombre- se forman en labores técnicas subterráneas, que tanto los ayudarían posteriormente.

Severino era picador y todos le recuerdan como uno de los grandes. Los Canteli eran disciplinados, humildes, buenos aprendices y con el tiempo llegarían a ser excelentes conocedores del medio minero.

La década de los sesenta fue la suya. Esta singular dinastía del carbón fue capaz de resolver una difícil ecuación -la que hacía que el túnel de San Pedro, en Anes (Siero), fuese una obra imposible por la inconsistencia del terreno.

Con Manuel, el primogénito, en la parte científico-técnica, y Severino y el resto de los hermanos en la ejecución de tan singular obra de ingeniería, resolvieron un enigma que sirvió para suprimir el plano inclinado del ferrocarril Langreo-Gijón, y que supuso una mejora sustancial del tráfico de mercancías y pasajeros entre las cuencas mineras y la costa asturiana.

Era el prólogo de una brillante carrera empresarial en el mundo de la construcción y la obra civil bajo una marca mítica en aquellos años: Construcciones Canteli, en la que Severino lideraría sobre sus hermanos.

El hombre desprendido, generoso, ingenuo, sencillo, emprendedor y valiente que fue le llevó a realizar interesantes obras y a dar curso a inquietudes no sólo empresariales, sino también culturales o deportivas -se volcó con el Sporting de los años setenta, construyó y fue primer presidente del ya mítico Club Hípico Astur (Chas) y presidió también durante décadas la Sociedad Astur de Caza, siendo esta actividad una de las grandes pasiones de su vida.

Amigo de sus amigos, libre, apasionado, volcánico y sensible, tolerante y discreto, Severino Canteli fue empresario de moda, icono del éxito, pero se negó a subirse al pedestal de la soberbia.

Severino y sus hermanos representaron el modelo de personas hechas a sí mismas, que llegaron a la cima en su profesión y periplo vital gracias a su capacidad y a sus principios. Los Canteli jamás olvidaron sus orígenes, no sólo no los olvidaron, sino que exhibieron con humildad y orgullo el tránsito existencial que les tocó recorrer, acorde a los códigos de honor que heredaron de sus antepasados.

La sociedad quebró con ellos el principio de reciprocidad, todos conocieron la ingratitud y el olvido. Pero nada fue en menoscabo de su cultura y su memoria.

Atrás quedan decenas de anécdotas, mucha vida y mucha obra, luces y sombras de una familia que ya pertenecen a la intrahistoria más íntima.

Severino Canteli jamás perdió la pureza de aquel joven picador del pozo Mosquitera que fue. Donde quiera que haya ido seguirá siendo un inmenso corazón enamorado.