R, GARCÍA

Sergio Rodríguez López se hizo famoso gracias a su apodo: «el bombero de Muniello». Este gijonés que en la actualidad cuenta 48 años de edad tuvo que afrontar más de una docena de juicios tras cometer otros tantos delitos para conseguir a la que él consideraba la mujer de su vida. Sergio Rodríguez está a punto de ser juzgado de nuevo, acusado de un delito de amenazas que investiga actualmente el juzgado de instrucción número 4 de Gijón. Pero el proceso judicial que le hizo tristemente famoso y le convirtió en carne de portada tuvo lugar en 1995. A finales de aquel año el tribunal dejó visto para sentencia el juicio en el que se le acusaba de poner una bomba en «Electricidad Muniello» para amedrentar a un empleado de esa firma gijonesa que le disputaba el cariño de la mujer a la que quería. A resultas de aquel delito, que causó heridas muy graves a tres personas, Rodríguez sería condenado a 39 años de cárcel.

Desde su ingreso en prisión, «el bombero de Muniello» ha pasado por media docena de cárceles de toda España. Causó problemas en todas ellas. Ahora ha recalado en el penal de Mansilla de las Mulas (León) acusado de maltratar a la mujer que fue su perdición, aquella por la que este gijonés estuvo dispuesto a matar.

La turbulenta historia de amor de «el bombero de Muniello» tiene reflejo en las sentencias condenatorias que jalonan su existencia. Sergio Rodríguez fue considerado culpable de incendios provocados y de causar intoxicaciones. Todo por conseguir el favor y el cariño de una joven vecina de La Camocha. Esa pasión incontrolable llegó a su extremo en 1993. El 11 de marzo de ese año los celos nublaron la razón de este gijonés y se desató la tragedia. Por aquel entonces Sergio Rodríguez vivía en Viesques, en compañía de su madrastra. Su madre había fallecido cuando él era muy joven y su padre se había ido a buscar fortuna al extranjero. Sergio Rodríguez creyó que el amor cambiaría su vida. Y acertó, pero para mal. La tormentosa relación con esa mujer estuvo jalonada, desde el principio, de celos y discusiones. Los familiares de la chica, vecinos de La Camocha, aseguraron entonces que les había hecho la vida imposible por conseguirla: «El bombero llegó incluso a quemarnos la puerta de casa y arrojar ácido sulfúrico a los pies de la niña en la calle». Las denuncias eran una constante.

Para conquistar a la que luego sería su esposa el bombero decidió contratar los servicios de dos sicarios que luego también serían condenados: los hermanos Luis y Federico Martínez Fernández. Les pagó 5.000 pesetas y les dio una bombona manipulada con el fin de que la hicieran estallar en el establecimiento donde trabajaba el hombre que también perseguía el amor de su chica. El bombero preparó concienzudamente una coartada: llamó a los bomberos 15 minutos antes de la explosión asegurando que en la zona había «un fuerte olor a gas». Quería que la Policía pensara que el estallido había sido provocado por un accidente fortuito. Pero no consiguió alcanzar su cruel objetivo. El destinatario de la bomba no se encontraba en ese momento en el comercio, se había ausentado para buscar cambio para el negocio; pero hubo otras víctimas, innecesarias para sus planes.

La fuerte deflagración afectó a tres personas. Ireneo Franco Gutiérrez, por aquel entonces el encargado del establecimiento, perdió las dos piernas. Los médicos también amputaron la pierna derecha de Mauro Reguera Álvarez, uno de los clientes que se encontraban en el establecimiento en el momento de la potente explosión. Rosario Víctores Alperi, la tercera víctima, quedó sorda de un oído y aún hoy es incapaz de pasar por delante de la tienda en la que tuvieron lugar los hechos, en la calle Trinidad, frente a los Jardines de la Reina. «Hace poco volví a pasar por allí paseando», recordaba ayer la víctima para este periódico, «pero tuve que dar la vuelta porque me temblaban las piernas». Rosario, de 82 años, está empezando ahora a recibir el dinero con el que el acusado debe indemnizarla , «pero muy poco a poco». La compensación económica no tapa, sin embargo, las heridas: «Las sensaciones que viví allí me quedarán para toda la vida. Fue un momento horroroso que prefiero no recordar ». El zumbido permanente que se le ha instalado en los oídos le recuerda con obstinación aquel suceso cada minuto de su vida.

Sergio Rodríguez fue detenido y expulsado del cuerpo de Bomberos de Gijón, en el que llevaba tres años trabajando. Enjuiciado por el tribunal de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial, se le condenó a 39 años de cárcel a pesar de que implorara al juez que sólo había pretendido «dar un susto» a su oponente. Los cómplices también fueron condenados a un total de 8 años de cárcel. En la actualidad Federico Martínez Fernández se encuentra en libertad tras haber cumplido la pena mientras que su hermano José Luis ha fallecido tras luchar durante años contra el sida.

A pesar de su dañina actitud, Sergio Rodríguez conquistó el amor de su pretendida. El abogado que por aquel entonces le defendía, Ignacio Manso Platero, recuerda como, pocos meses después de ingresar en prisión, «conseguimos que saliera para casarse». «El bombero de Muniello» contrajo matrimonio con su prometida fuera de los barrotes de la prisión. Había conseguido el objetivo por el que había estado dispuesto incluso a matar. Engendraron un hijo en un bis a bis y varios años después le otorgaron la libertad condicional. Pero no fueron felices: una denuncia por malos tratos acabó devolviéndole a la cárcel.

Su estancia en los centros penitenciarios fue siempre problemática. Los funcionarios de instituciones penitenciarias le recuerdan como uno de los presos más conflictivos. Tanto los de Villabona como los de Daroca y Mansilla de las Mulas, donde se encuentra actualmente. En la primera prisión trató de preservar el anonimato. No quería que nadie supiera que era el célebre «bombero de Muniello». Cuando su nombre y apellidos aparecieron en un listado hecho público en la prisión de Villabona como participante en un curso de formación para presos «montó en cólera», según atestiguan los funcionarios. Amenazó a los formadores y pidió el traslado. Después de dar numerosos problemas consiguió, por fin, el cambio de cárcel.

Aún no ha sido escrita la última línea del historial delictivo de Sergio Rodríguez. En cuanto el juzgado de instrucción número 4 de Gijón finalice la causa que tiene abierta contra él, el «bombero de Muniello» volverá de nuevo al banquillo de los acusados.