Las primeras víctimas mortales de la crisis fueron los suicidas de la France Telecom, pero es quizá ahora, con las muertes acaecidas en Grecia durante las revueltas para protestar por las medidas draconianas adoptadas por el gobierno, cuando tomamos conciencia de las dimensiones y consecuencias del desastre económico en que estamos inmersos. La crisis ya mata.

La Unión Europea que, al dictado de las sacrosantas leyes del mercado, iba a distribuir riqueza y bienestar entre sus socios, se hunde poco a poco ante la mirada atónita de quienes inventaron el juguete y se lleva por delante a los miembros más débiles, que ven cómo se evapora el sueño de la prometida Europa igualitaria y próspera de la que también ellos serían beneficiarios . Y la Europa que hace años miraba hacia el amigo americano cuando venían mal dadas, aguarda ahora que sea Alemania la que les tienda una mano para detener la hecatombe. Se ha ido al garete la utopía de una unión entre iguales y con la crisis se evidencia el fracaso de un moneterismo desenfrenado que, en nombre de objetivos supranacionales, ha acentuado las diferencias entre países y ha destruído amplios sectores productivos de los miembros más pobres, la agricultura en primer lugar.

Con una osadía sin límites, los especuladores financieros intentan forrarse por enésima vez a costa de la deuda de los países al borde de la quiebra y deciden, por medio de las agencias de rating, cuáles serán las próximas víctimas, lanzando informaciones frecuentemente sesgadas para aumentar el pánico y la confusión de los que obtienen su beneficios.

Ante esta situación de emergencia, las respuestas políticas están siendo tardías, débiles y apocadas. La sumisión del poder político al económico se pone una vez más de manifiesto y nadie se atreve a tomar medidas contra el tinglado financiero que ha provocado el derrumbe. ¿Qué decir, por ejemplo, del hecho de que quien va a lucrarse con la operación de apoyo a Grecia sea el sistema bancario, ya que el Banco Central Europeo no puede realizar préstamos si no es a través de los bancos nacionales?

A los culpables de la catástrofe el fragor les pilla, de momento, a cubierto y las clases más desfavorecidas ven caer sobre ellas los efectos de una crisis que no han provocado. ¿Es razonable, en este contexto, extrañarse de lo ocurrido en Grecia?