El presidente de Cantabria (Santander de soltera, como dijo Cela) es tipo simpático y jacarandoso. Y querido por estos lares, donde hace patria y fortuna su verbo llano, casi de chigre y pandorga. Anda Revilla rezándole a todos los santos del panteón cántabro para que el equipo de su capital se salve de la quema del descenso y le ha puesto una vela a la Santina y a San Manuel Preciado, que ni beato ni Liébana, para que los jugadores del Sporting, que no se juegan nada en el envite, salten al césped del Sardinero con ánimo de merendola. El jefe del Gobierno cántabro, que el domingo está de cumbre entre Comillas, no quiere que su segundo equipo le ponga al racinguismo las pelotas de corbata de Unquera. Tal vez esté vendiendo Revilla la piel de «Furaco» antes de dar caza al oso o albergue el infundado temor de que sea el Sporting cuan plantígrado que sentencie al Favila racinguista y lo despeñe, macizo de Andara abajo, al «jou» profundo de la Segunda División.