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-De acuerdo con la herencia genética que arrastran, sus tres hijos han de tener cierto espíritu artístico...

-Lo tienen. La mayor, Claudia, es intérprete, pero escribe muy bien. Matías hizo Cocina en la Escuela Oficial de Hostelería de Madrid, pero su auténtica universidad fue la experiencia de trabajo en Londres, donde pasó por diferentes restaurantes y diferentes cocinas. Ahora trabaja en Bremen, Alemania, donde, curiosamente, tiene una novia gijonesa. Por último, la menor, Reyes, está estudiando Relaciones Públicas y Publicidad, pero es muy creativa para la costura. Ninguno de los tres se dedica, de momento, a la pintura, pero han hecho cosas muy bonitas.

-A usted, personalmente, ¿qué le gustaría pintar?

-Un cielo con estrellas. Sé que es muy difícil, pero algún día lo intentaré... Amo el silencio, y la Naturaleza, pero la que yo puedo controlar. Cada día me asusta más el ser humano; tanto progreso... y no hemos aprendido a canalizar nuestra energía. Respecto a la Tierra, creo que ella no nos necesita, pero nosotros sí, y tendríamos que esmerarnos en cuidarla.

-Observando sus temas, se sospecha que ha tenido usted una infancia muy feliz.

-Sin duda, pero no la añoro. La infancia está ahí y nunca perdemos su huella. Es como un desván lleno de cosas que podemos ir recuperando con el recuerdo.