A Zapatero algunos no lo votamos porque era un hombre de gasto público que nunca hablaba de crear empresas o favorecer la inversión encaminada a la creación de puestos de trabajo; o de aspirar a un nuevo tipo de empresariado preparado, competitivo y competente en el mundo real. Zapatero no hablaba de esas cosas porque representaba a una población que se embelesa con el gasto social, con el estado nivelador de desigualdades e injusticias; el Estado que todo lo cura, y entonces el empresario capitalista es malo por definición, porque el capitalismo es perverso también por definición. El problema de quienes ven la vida así es que nunca nos hablan, o prefieren no hablar; o, si lo hablan, les resulta muy engorroso decirlo; es decir: ¿de dónde sale el dinero?, ¿de dónde sale la riqueza?, ¿quién produce lo que el mercado demanda y cómo se produce?, ¿cómo está nuestra economía real, no la ficticia o ideológica?, ¿es el mercado algo objetivo que está ahí como mecanismo regulador ineludible de toda economía en última instancia o es producto de nuestra imaginación y, por lo tanto, podemos ignorarlo o representárnoslo como a nosotros nos dé la gana o a capricho de nuestra ideología u oportunismo político con el objeto de seguir captando votos o tajada lucrativa como sea? La pregunta hay que hacérsela, porque si el mercado es algo ineludible al modo de una ley física newtoniana, toda nuestra buena voluntad, todas nuestras promesas de acabar con la injusticia y las desigualdades podrían quedarse en meros espejismos, en meras sensibilidades vacías de contenido o, lo que es peor, en pura demagogia. Si nuestra ambivalencia moral hacia el mercado capitalista nos va a llevar a mayor paro, a menos inversiones para la creación de puestos de trabajo, a menos investigación, a menos innovaciones y riesgos con vistas al futuro, a más picaresca y poltrona acomodaticia, entonces, o cambiamos nuestra óptica o nos quedamos en un país de tercera división que acepta la mediocridad como algo natural e idiosincrásico. ¡Que inventen ellos!, como decía Unamuno.

Si, por lo contrario, no hay tal mercado como realidad objetiva que pueda condicionar nuestra política, nuestra economía y forma de vida, entonces, expliquemos a la gente cómo se puede crear y distribuir riqueza al margen de las leyes de la oferta y la demanda que rigen este planeta ¿Qué subterfugios productivos alternativos existen para llegar a ser una nación ejemplar en el desarrollo humano al margen del frío y abstracto mercado capitalista? ¿Existe la posibilidad de «humanizar» el mercado capitalista sin tener en cuenta su juego ineludiblemente competitivo? De ser así, ¿cómo? Desde el poder que dirige el presidente Zapatero se nos ha estado vendiendo la moto de cantidad de proyectos alternativos que se piensan llevar a cabo, cantidad de ayudas al Tercer Mundo, cantidad de subvenciones que motivan infinidad de chiringuitos políticos, burocráticos y empresariales, de ministerios hermosos, y cosas bonitas que para nada parecen contar con la economía real pero que sí gozan de una representación imaginativa dentro de una economía ficción capaz de embelesarnos, de hacernos pretenciosamente más «buenos», de incluso vivir como si los recursos del Estado surgieran de algún reino sobrenatural que nunca se agota y siempre están dispuestos a remediar nuestros males. Otros países avanzados son mucho más conscientes de las bondades y limitaciones del Estado, y en caso de crisis cuentan con estructuras económicas y sociales más flexibles, más capaces de aliviar la situación con cierto realismo y sin derivar en dramatismos sociales. Una economía como la española sigue viviendo más en la ficción y en el prejuicio, lo cual es un lastre importante para salir de cualquier crisis.