A. R.

«Es un trastorno que afecta extraordinariamente a la calidad de vida. Y puede ser incluso motivo de discapacidad». La doctora Ángeles González está sensibilizada con los problemas de olfato, a los que se acercó «casi por casualidad». Para ella es gratificante poder hacer algo por unos pacientes ante los que, hasta hace unos años, cuando los veía en la consulta de otorrino, «me ponía una venda y no quería saber nada del tema del olfato, porque poco o nada podía hacer. Ahora sí que me gusta preguntar qué sienten».

Por ejemplo, sabe de la pena que siente uno de sus pacientes jóvenes, al que trata por una poliposis que evoluciona bastante bien, por su déficit. «Me dijo: "Doctora, no sabe la pena que tengo porque tengo una niña pequeña y no la puedo oler"». Un compañero le pasó recientemente el caso de una mujer de mediana edad que sufría porque, en un momento en el que podría disfrutar plenamente de un buen nivel económico y social, tras un resfriado, había perdido el olfato. «Antes tenía una nariz privilegiada y disfrutaba catando vinos con su marido. Ahora asegura que le da igual tomarse un Vega-Sicilia que el caldo más mediocre. Y con los perfumes, igual. Tanto le da echarse un Chanel, que aguarrás. Puede parecer frívolo, pero eso es pérdida de calidad de vida». Más dramático es el caso de una cocinera que tiene un gran problema, porque no huele y ha perdido el sabor. «Para ella, eso es una discapacidad». El test de olfato que ahora se puede hacer en Gijón consiste en explorar 24 olores y 4 sabores, y responder a preguntas que hace la especialista, en base a las cuales se obtiene una gráfica en la que se registra la pérdida de olfato, cuantitativamente y en porcentaje. «También se pueden detectar otras cosas, porque el olfato está muy relacionado con la memoria y el recuerdo, y puede darnos pistas de alguna patología añadida», cuenta la experta.