«¡Guapos, guapos, reguapos!». Qué cosa tendrá una visita principesca que los piropos se desparraman por las calles, oiga. Luego pasa lo que pasa, que se desbocan, y no hay quien los controle. Reptan por los bordillos, lo mismo se instalan bajo las farolas y el servicio de limpieza tiene después que esmerarse con la escoba.

«Ay, yo es que estoy enamorada de él», me confiesa Ana María Vigil Suárez. Don Felipe pasa a tres metros estrechando manos sin descanso. «¡Ella es muy guapa, él es muy guapo, todos muy guapos... hasta tú chavalín yes reguapo!», dice emocionada María Soledad Castro, una señora que aprieta las manos con emoción. «Don Juan Carlos es que es guapísimo», añade. «¡Que ese es Felipe!», le gritan desde atrás. «Eso, eso, Felipe», rectifica de inmediato. Le pregunto si ha podido saludarles: «¡Qué va, hijo, a ver si tengo suerte cuando salgan del colegio!». Y allá se va María Soledad invocando la suerte.

Piropos y niños. Niños que pasan de brazo en brazo buscando una caricia principesca. Noelia de Rábano se quedó de piedra cuando doña Letizia tomó en brazos a su pequeña de cuatro meses, Carlota Nuevo. «Madre, qué ilusión me hizo», confiesa luego en medio de la algarabía. Otro tanto le pasaba a Elena García Vázquez, bilbaína pero que vive en Piedras Blancas desde hace 15 años. Cuando vio a su pequeña Carla Vallina alzada por doña Letizia apenas podía creérselo.

Y autógrafos, que no falten. Claudia Fernández, de 15 meses, logró gracias a la pericia de su madre que doña Letizia le firmase ni más ni menos que un ejemplar de «Pocoyó: la letra e». Y con la e, también, Esperanza. Se llama Esperanza Lorenzo la mujer que llora y tiembla cuando los Príncipes de Asturias se alejan dejando el suelo cubierto de piropos lanzados al aire. Esperanza apenas puede hablar. La firma de don Felipe que ha logrado es valiosa y emocionante. Resulta que su marido Dimas Castro hizo la mili hace más de 30 años en Madrid. Y entonces un Príncipe de Asturias niño, imberbe, rubio y querubínico, había visitado a los soldados. Esperanza rescató las fotos viejas del encuentro de su marido con el Heredero y no dudó en lograr el autógrafo. Doña Letizia, la primera en ver las estampas, se las llevó a su marido para que las firmase. Y así, misión cumplida, Esperanza no daba crédito y apenas le salía una palabra de la boca.

Doña Letizia, se sabe, es princesa, madre y periodista. «Tenéis que esforzaros y trabajar mucho», les dijo a Sara Valle, Cristina Calvo, Mireya Fernández y Beatriz Álvarez, alumnas del instituto Isla de la Deva y que quieren ser periodistas. La Princesa de Asturias no dudó en dejarse grabar unas declaraciones que las muchachas utilizarán en su ceremonia de graduación.

Los príncipes, ya se sabe, habitan los sueños. El colegio Infanta Leonor soñaba desde hacía años con el día de ayer. Ha sido mucho tiempo de preparativos, ruegos, solicitudes, hasta conseguir que los Príncipes de Asturias visiten un colegio que ha tenido el acierto y la oportunidad de elegir un nombre. Adrián Muñiz, de 6 años, quizás soñaba con que una princesa le consolase cualquier pena. Y así fue: doña Letizia le meneó el flequillo, luego tomó su cabeza entre las manos y con ambos pulgares le secó las lágrimas con un gesto más de madre que de princesa. Los escoltas le dijeron a doña Letizia que se hacía tarde, pero ella permaneció sentada secando aquellas lágrimas que le brotaban imparables a Adrián.

Así que todo fue perfecto en una jornada de sol brillante para un Piedras Blancas de cuento. Sólo falló un pequeño detalle. Después de que los Mercedes y Audis oficiales se hubiesen perdido dando la vuelta en la esquina, María Soledad Castro permanecía agarrada a una valla, ahora frente al colegio. «Nada, no pude verlos», me dice. «Lo siento», sólo acierto a responder. Ella sonríe. «Bueno, da igual, me das un beso tú, que también eres guapo, reguapo». Y así hice, con cuidado de no pisar todos los piropos olvidados que ya cubrían igual que una nieve fina el asfalto.